Herbario de sombras. José María Jurado García-Posada. Los Papeles del Sitio. Sevilla. 2019
I.
Dicen los buenos antropólogos que el animal se debe a
su entorno, pero el hombre tiene mundo. Y los buenos filósofos, que ese mundo
es un todo internamente conectado. Así, hacemos casa, hogar. Herbario de
sombras de José María Jurado, en este otoño que ya se invierna en Madrid,
tarde a tarde, se me vuelve casa, familiar, ya caldeada por Tablero de sueños (La Isla de Siltolá) y
Gusanos de seda (JMJ), donde tan bien
se estaba. Y ahora, en esta precioso trabajo de Los Papeles del Sitio, una edición
que derrocha buen gusto y sentido estético.
II.
Un día leemos a Keats, otro escuchamos a Monteverdi,
entramos recogidos en la nave de la Iglesia de las Carboneras o ascendemos en
un aire de sereno barroco en la basílica de San Miguel… secretamente se van configurando
las hebras, se van urdiendo las tramas. Y otro día, como los dones, se nos entrega
el dechado, el mundo, y sabemos que poco hicimos, y sin embargo, nada se dio
sin nosotros. Misterio. Herbario de
sombras aviva la memoria de mi propio herbario, y en aquel reconozco esa
invitación a la respuesta agradecida y esforzada a tanto don que nos alcanza,
si queremos. En la “Acotación” que encabeza el poemario va el aviso de esa
querencia de la poesía de preservar el instante, de ahí este mundo que entrega
el autor, de álbum de muestras, de invernadero, de ordenaciones, de conservatorios
—si podemos estirar así la palabra—. Lo que fuera tiempo y belleza. Pero el
lento laborar del poeta renueva la memoria en nuevos tiempos y bellezas. ¿Vivir
es volver? Y sin embargo, creo que hay
una novedad, que nunca volvemos al mismo lugar.
III.
Este friso inextricable de poemas, novelas, músicas, pinturas,
iglesias, imaginería es una admirable apropiación de arte, de cultura… Muchos
de estos hitos me resultan nuevos, y pienso que el autor no espera que el
lector los conozca todos, pero la entrega de estas experiencias suscita la
impresión del misterio de lo humano, e invita a acercarse a ellos, y si no a
ellos, a los propios. Una pedagogía de la vivencia de la cultura, un diapasón
del tono anímico con que acercarse a lo más alto. Y al mismo tiempo la convicción
de que ver es reconocer, y que cuánta mirada maestra, de otros, hay en la
nuestra, si somos justos y agradecidos con lo que se nos entregó, con las
tradiciones. “Ma petite ballerine” recoge esta experiencia. Uno de los poemas
más emocionantes, donde repunta la emoción que de normal ha sido contenida y meditativa
a lo largo de las páginas.
IV.
Que José María Jurado es un delicado ebanista del listón y de la caja preciosa, del verso y del poema, no ha sido una novedad. Cuántos versos vienen compactos y bruñidos, con su ritmo ajustado al todo, de métrica clásica y controlada, que le hace de metrónomo a estos andantes contemplativos. “(La noche es más noche sin la noche / y más clara la luz cuando no hay luz”). O esa imaginería de las flores y los frutales, en la sección “Invernadero”, donde me he demorado con especial gusto en “Naturaleza muerta con limones, naranjas y una rosa”, sobre un cuadro de Zurbarán: poema en que con la justeza de la clásica ironía de la tópica se aborda un tema serio y trascendente. Estaba Zurbarán allí, como está aquí en la lectura, y en nosotros, contemporáneo. Se apunta en varios lugares, en contrapunto de este recordar reelaborado y precioso que va miniando este herbario, vías de fuga hacia la trascendencia. Mucho dice de este poeta, que capta valiente esa sismografía más allá de las palabras y el arte, aunque con palabras y arte lo diga. ¿Se puede dar más?