AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 31 de mayo de 2010

Teodicea Redman

Estoy escuchando Alone in the Morning, tema de Joshua Redman. ¿Por qué alguien se empeña en poner toda su inteligencia, sensibilidad, técnica, años y años de esfuerzo constante en este trabajo? ¿dinero, fama? No me lo acabo de creer.


¿Por qué alguien se extralimita humanamente, se salta la sombra de la muerte, y actúa y crea algo que la desafía, como si no fuese a morir, ni su obra ni él? Con lo fácil que es aducir que al final todo terminará, que para qué tomarse molestias. Ese tipo de desmoralización es la que ha terminado echando por tierra cualquier sistema totalitario: la población no atisba ningún motivo para ir más allá de lo fácil. Y un sistema social que no cuenta con suficiente apoyo del pueblo termina cayendo.


Todo gran trabajo es una apuesta por la trascendencia.



Alone in the Morning, Joshua Redman Quartet

sábado, 29 de mayo de 2010

Biblioteca

Al entrar en una biblioteca, percibo una sensación extraña, de serenidad y excitación. Como el efecto de una tila con unas gotas de ron.

Es la paradójica conversación con los difuntos, donde todo parece dicho y hecho; pero aún no dicho ni hecho, en mí.

viernes, 28 de mayo de 2010

Con fidelidad

Otra cita que me brinda Jaime Nubiola en su Invitación a pensar: es de Gracián, del Oráculo manual y arte de la prudencia, y la ensancho tomando la parte anterior. Entera dice así, sobre la vida:

229. Saber repartir su vida a lo discreto: no como se vienen las ocasiones, sino por providencia y delecto. Es penosa sin descansos, como jornada larga sin mesones. Hácela dichosa la variedad erudita. Gástese la primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos: nacemos para saber y sabernos, y los libros con fidelidad nos hacen personas.

No tengo claro si la fidelidad es de los libros o nuestra, sospecho que mutua. Pero sí que toda fidelidad hace persona, hace identidad. Saber y sabernos, en esos sorprendentes espejos: los libros.

jueves, 27 de mayo de 2010

Todo fluye

Todo fluye, de Vasili Grossman: una novela que me ha conmocionado. Esas novelas, además de en sus márgenes, en el cuaderno, uno ya las ha anotado sin saberlo en algún pliegue del alma.

Un gran párrafo, que habla de un hombre con una conciencia herida:
Pero ese día sólo deseaba que unas manos buenas le quitasen el peso de las espaldas. Y sabía que había una única fuerza ante la cual resultaba bueno y maravilloso sentirse pequeño y débil: la fuerza de una madre. Pero hacía mucho tiempo que ya no tenía madre, y nadie podía quitarle aquel peso. P. 56.

Si sólo la literatura sirviera para esa memoria de la madre, de la Madre, ya valdría la pena su existencia.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Actos de habla, un matiz cordial

Damas y caballeros: sólo pido quince segundos de inteligencia abstracta para este párrafo: dice Austin que los actos ilocucionarios performativos son esos actos de habla en los que la acción que la frase nos cuenta se realiza –¡tacháaaan!- por el mero hecho de que la frase se diga –en determinadas circunstancias-. “Yo te absuelvo de tus pecados” no sólo tiene un significado semántico, sino que, dicho por un sacerdote, ante alguien que acaba de acusarse de sus pecados con arrepentimiento, justamente produce lo que dice.

Estoy de acuerdo. No hace falta buscar unas circunstancias muy específicas, estos actos los realizamos constantemente: te permito venir, te perdono lo de ayer –puede bastar una sonrisa, sin palabras-…

Pues bien, creo firmemente que hay un tipo de actos de habla ilocucionarios performativos hasta ahora no descubierto por gramático alguno: se trata de nombrar por el nombre propio. Mediante el nombre propio no sólo significamos una referencia a alguien, sino que al nombrar a la persona, la afirmamos en el ser. Decir Julio, Chelo, en determinadas circunstancias, fortifica a la persona aludida. Por ejemplo: Muchas gracias, Julio.

Esta frase hace crecer –mucho o poco, a Julio-. Las circunstancias son las de la buena voluntad que cualquier persona puede mostrar hacia otra. Y la ausencia de este acto de habla, es una ocasión perdida. Incluso ocurre que, si nunca se nombra al otro en estas circunstancias, se van dando unas microerosiones en el ser del otro, porque nuestro ser es relacional.

Es necesaria una antropolingüística cercana y cordial.

martes, 25 de mayo de 2010

Leer textos, leer personas

Vaya por delante: los sustantivos, los adjetivos, los pronombres tienen género. Las personas tienen sexo. Confundir personas con sustantivos, adjetivos y pronombres resulta peligroso. Para las personas, y para la gramática, y para la sociedad, incluso para los intelectuales.

Érase una vez Michel Foucault, que gustaba de confundir lo diverso, las personas con el lenguaje, el género con el sexo. Cuando el 25 de junio de 1984 murió de una septicemia causada por el SIDA, las personas que le atendían no creyeron estar suministrando goteros a un adjetivo, o que en aquellas duras noches de sufrimiento acompañaban a un pronombre. Descanse en paz (él, no un sustantivo).

“Leer a una persona” no deja de ser una metáfora de “comprender a una persona”. Pero hay metáforas que traspasan el umbral de lo sagrado y se vuelven locas, ejemplo de la hybris griega, de la desmesura; son oleadas de lenguaje que golpean la realidad, hasta hacernos creer que la “Interrupción voluntaria del embarazo” es como la interrupción de un texto, que reanudaremos en algún otro momento, si queremos; que la “elección de género” es la elección del último o penúltimo morfema de una palabra, cuando la palabra es la persona.   

La auténtica “violencia de género” es la del lenguaje desmedido y antropocida, la de la confusión.

lunes, 24 de mayo de 2010

A solas en la habitación

Estoy leyendo Invitación a pensar, del filósofo Jaime Nubiola. En su primer apunte, me regala esta cita de Pascal: “toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse a solas en su habitación”. Gracias, Jaime.

La verdad es que me he quedado muchas veces a solas en la habitación. Espero estar acumulando puntos por estas ausencias entre lo urgente del mundo. Ausencias que son presencias invisibles, en bata y pantuflas. Presencias que apuntalan silenciosamente la vida.

Son ratos en los que no hay nada que hacer, porque todo está por hacer. Ratos de gran potencia, porque tanto es todavía posible y no hay nada definitivamente perdido; si puedo leer los pensamientos ascendentes y aromáticos del té, o sentir el tacto del papel que mi mano roza al bajar por él con una tinta ocurrente, o al menos sincera. Momentos para echarle un vistazo a lo vivido, para guiñarle un ojo a lo por vivir.

sábado, 22 de mayo de 2010

Leer el vestido

Acabo de cruzar el ecuador de Todo fluye, de Vasili Grossman. Esta vez, la libreta que procuro abrir unos segundos antes de abrir un libro, ha comenzado a llenarse de anotaciones. En la página 46 se lee:

Nikolái Andreyevich estaba desnudo bajo el traje de paño inglés.

Da Vinci decía de sí que no pintaba con las manos, sino con la inteligencia. Hace tiempo apunté unas cuantas ideas para una breve conferencia sobre el vestido, y seguramente la idea de Da Vinci fecundó la mía: nos vestimos con la inteligencia. La inteligencia, y la sensibilidad, y la imaginación, y la memoria, y la novedad, y la tradición, y el otro, y la comunicación, y la piedad, y la esperanza… el vestido, casi, es prescindible –si lo entendemos como palmos de tela, muda de humanidad y chillona de mimetismo-. Así, se puede ir desnudo bajo paño inglés.

Con un poquito de semiótica aplicada se podría mostrar cómo se construye qué vestido y qué proyecto de comunicación implícita para con los demás, y por lo tanto qué identidad. Y mejorar.

Si es que la semiótica sirve para todo.

viernes, 21 de mayo de 2010

La gratitud, mientras escribimos

Es algo que suele suceder con los muertos: lamentar no haberles dicho a tiempo cuánto los amabas, lo necesarios que te eran. (…) un día adviertes que aquel que te ayudó a ser quien eres se ha ido de tu lado y, entonces, te dueles inútilmente de tu ingratitud. (M. Delibes, Señora de rojo sobre fondo gris, p. 54).

Mientras vivimos, mientras escribimos, se pasa la gratitud a los dones, como a los soles, invisibles de puro volver. Sin agradecimiento no hay escritura, de la que nos hace. Ni lectura, de la que nos rehace. Escribir, leer, al fin y al cabo, maneras de ser y estar, agradecidamente, con el otro.

jueves, 20 de mayo de 2010

Leer el fragmento

Llevo años de amistad con T. S. Eliot: lo he leído, lo he estudiado, lo he traducido, y espero encontrarme con él en la otra vida y hacerle alguna consulta, con una taza de té en las manos.

Releyendo su ensayo Ulises, orden y mito, me detengo en este pasaje del final: “el presente es un fragmento opaco, si no se lo sitúa en el interior del marco de una narración que restaure el contexto de significación, en el todo que redime el fragmento. No hay comprensión salvo a través de las lentes de la literatura”.

Eliot se refería al presente de la Europa postguérrica y moralmente caotizada de 1923; Joyce acababa de publicar Ulises, y Eliot vio en esta obra un ejemplo de operación semiótica para generar sentido: la caótica vida de Stephen Dedalus cobra sentido si la leemos en el marco de la Odisea homérica. Una estrategia de sentido literario que quiere ser respuesta para el sentido vital; y que el lector, si quiere, se aplique la estrategia a su propia vida.

Con el Eliot de 1923 estoy de acuerdo en que no hay comprensión excepto a través de las lentes de la literatura, interpretando literatura como narración: toda identidad es narrativa, y cuanto más alta y humanamente digna es la narración que se escribe con los propios actos, más sentido aporta a la vida personal. Pero hay que escoger –libremente- un género vital, de los que pululan por el mercado.

El Eliot de 1923 no es el de 1928; todavía tenía que encontrar un género de vida más alto que el mito homérico y la relectura joyceana, para redimir todos sus fragmentos vitales.   

miércoles, 19 de mayo de 2010

Semiótica para todos V

A G. Bettetini le debo algunos de esos topes de seguridad que tiene mi sentido común. Su La conversación audiovisual, libro denso y especializado, me los proporcionó. J. Ratzinger recordaba hace ya unos cuantos años, en un extraordinario texto sobre el sentido de la belleza, aquel aforismo medieval: “la razón tiene la nariz de cera”, basta con ser un poco hábiles para dirigirla en cualquier dirección. Y en el mundo del saber y el enseñar, nunca vamos sobrados de una razonable razón cordial y sensata. Bettetini mostraba allí una nariz humanísimamente afinada. Y allí me enamoré de su concepto de “Proyecto de conversación textual”.

-¿?

-Bueno, no suena seductor, pero estamos en los reinos de la inteligencia. Con este concepto, el autor mostraba un modo de entender el juego al que se nos invita a los espectadores cuando vemos una película. El autor implícito, esa inteligencia que está en la trastienda de la película o el libro, nos propone un papel como lectores: nos ha diseñado un disfraz para entrar en esta fiesta, nos ha marcado un itinerario de acciones. Nosotros lo seguimos con fidelidad, o no: lo reconocemos, jugamos, pero actuamos críticamente con respecto a ese papel que se nos asigna.

En el libro de Bettetini está bien espolvoreada una advertencia: nuestros razonamientos semióticos, y la escritura del texto audiovisual o literario, no están al margen de una visión del hombre. Porque desde una visión u otra se escribe o se lee; se propone una imagen de lector implícito. Y hay imágenes indignas.

Yo nunca voy a una fiesta textual donde se me pro/impone un disfraz ideológico-genital. Por muchos Oscar que tenga.

martes, 18 de mayo de 2010

Semiótica para todos IV

-Pero, entonces ¿hay que saber muchísimo para averiguar algo semióticamente interesante?

Bueno, la semiótica como herramienta que nos ayuda a entender cómo se produce el significado, a través de los códigos que están siendo utilizados, no tiene por qué ser algo para especialistas. Y desde luego es necesario que haya especialistas, investigadores. Pero lo que quiero decir es que todos tenemos una actitud semiótica, una competencia mínima semiótica que podemos desarrollar. Leer un semáforo es un ejercicio de hermenéutica, pero darnos cuenta del código de significación que está implícito, es ejercer nuestra competencia semiótica.

También del código de significación de un rostro: cuando Amparo levanta la ceja izquierda y esboza una medio sonrisa, mientras levanta ligeramente los hombros está significando “sorpresa atemperada por cierta incredulidad irónica”. Amparo sigue un código para significar, con el que construye sus mensajes. Un código esencialmente común al resto de los seres humanos, pero a ese código le añade un pequeño resoplido que es privativo suyo, y un “ja vorem” que le suma una falta de animadversión decididamente originaria de un código etnográfico levantino. 

lunes, 17 de mayo de 2010

Semiótica para todos III

Comunicar: hemos dado con algo esencial en la semiótica: todo que en esta cacerola se cuece es para comunicar. Quizás te hayas encontrado por ahí algunas versiones de la semiótica que, en esto de considerar la comunicación, utilizan una antropología bastante deficiente, a veces una antiantropología, donde el hombre y la mujer se pierden bajo estructuras y tormentas de arena textual. No es de extrañar, entonces, que estas semióticas hayan terminado ahuyentando posibles lectores: si rocías tu teoría con antropocidas, no te extrañes de que la gente salga corriendo o se suicide.

Pero antes de que alguien estampe en la contraportada de los libros de semiótica “Semiotizar perjudica seriamente la salud”, hay que reconocer que hay semióticas “human environment friendly”, que nos ayudan a conocer con gozo auténticamente humano cómo un texto es capaz de significar, de producir sentido y de implicarnos como lectores en él.

To be continued.

sábado, 15 de mayo de 2010

Semiótica para todos II

¡Producción de sentido! Claro, ¿qué te creías, que el sentido surge como las amapolas en las cunetas, con un “Bueno, yo surgía por aquí, sabe usted”? No, no, no… El sentido es para el que se lo trabaja: primero el escritor, y luego el lector, que lo adensa, lo multiplica. El texto como un campo tenso de significación, porque está cosido de estrategias con palabras, con recursos, con códigos de significado entrecruzados.

-Espera, “códigos de significado”: me estoy mareando un poco. Si no te importa, me siento.

-Tranquilo, descansa en el sillón. Es normal: las primeras dosis de metalenguaje no se pueden tomar en ayunas, todavía son las 9. Código de significado: bueno, es un código, un set de instrucciones para significar. Mira, un semáforo utiliza un código de significado: la luz roja significa que si continúas conduciendo puedes causar un accidente; la luz verde significa que no te puedes detener porque puedes causar un accidente; la luz ámbar significa que tienes que continuar y detenerte al mismo tiempo para causar un accidente.

-¿?

-Bueno, ya me entiendes, era para reanimarte. Así que todo el que quiere significar algo en este mundo, tiene que utilizar un código que los demás conozcan también, porque significar, en circunstancias normales de presión y temperatura, es significar para alguien: comunicar.

To be continued.

viernes, 14 de mayo de 2010

Semiótica para todos

Cuando yo estudiaba filología –la sigo estudiando, pero de otro modo más jugoso- me enseñaban semiótica. En aquellos años yo podría haber escrito una definición: Dícese de algo difícil de entender, sobre todo cuando te lo explican. Pero, como cuando descubrimos el brillo de un objeto que incluso delante de nosotros desconocemos, y nos mantiene como en suspenso y con ganas de algún día penetrarnos de ese misterio, no cejé en mi empeño.

Una conjunción de astros y algún buen consejo de un amigo, me dirigieron a los estudios de Miguel Ángel Garrido Gallardo, el sabio semiótico más paradójicamente antisemiótico que existe. La semiótica dejó de sonarme a ocultismo, y la semiología –es lo mismo pero con pasaporte europeo- a un sinestésico emparejamiento o “coupling” con la sémola. Pasó a ser algo bien concreto y útil. Desde entonces soy un apóstol de sus virtudes. Y me gustaría ahorrarle a quien sea aquella via dolorosa, cuando se puede llegar al mismo sitio de un modo más acorde con la dignidad humana. Y no le enmiendo la plana a Gianfranco Bettetini cuando dice que las cosas son complejas y hay que estudiar. Desde luego. Sólo propongo abrir un ventanuco de sensatez pedagógica.

Allá vamos. Abres un libro, lees un texto y te paras a pensar “Jo, qué bien escrito está esto, qué bien dice lo que quiere decir, ¿cómo lo hace el muy…?”: estás teniendo un acceso de semiótica, porque todo conocimiento comienza por un deslumbramiento. En parte -en la parte que interesa a esa mirada tan semiótica que se te está poniendo- el libro es un texto, una máquina que produce algo que, antes de que vinieras a abrir el libro, no existía: el sentido. Leyendo has puesto en marcha el reloj de cucú literario que es el texto, y los engranajes se han echado a rodar. Poseso de un furor semiótico, ya no aguantas más, y le das la vuelta al cucú y abres la puertecita, y “Hum, hum… qué interesante…"

To be continued.

jueves, 13 de mayo de 2010

Hacer jazz en grupo, leer con el otro

Neal Battaglia me inspira esta entrada. En su jazzweb, Neal toma unas palabras del maestro Joe Lovano y cuenta cómo, para el practicante de jazz, tocar con otros hace sonar diferente. Hace sonar mejor.

Cambio de contexto, cambio de sonido, cambio de narración. Presencia de un tú, de un nosotros: identidad, creatividad.

¿Por qué entendemos habitualmente la lectura como un placer privado? ¿Por qué no entendemos que considerar la presencia potencial de un tú –una tradición que nos habla; y un futuro interlocutor con quien nos comunicaremos- en la lectura, nos abre a una mejora de la identidad, a la comunicación?

Aquí está Laura, un tú implícito en la lectura, para demostrarlo:  


Joe Lovano Nonet, Laura

miércoles, 12 de mayo de 2010

La prosa ensucia el lenguaje de tanto usarlo, la poesía lo limpia

Jaime Siles, cuya amistad me honra, fue entrevistado hace unos días sobre los estudios clásicos y sobre la poesía. Sus respuestas son de alto voltaje intelectual, y de una concisión y justeza verdaderamente clásicas. He puesto de título el resumen de una de ellas, que copio a continuación:

-P: Leer poesía genera cierta ansiedad en los no iniciados.

-R: Es que la lectura de una novela es fácil de entender, pero la manera de decir del poeta exige una actitud de tensión de quien la recibe. La poesía es la lavandería del lenguaje. La prosa ensucia el lenguaje de tanto usarlo, por el desgaste diario. Sin embargo, la poesía limpia el lenguaje porque lo renueva, y por eso opone una resistencia a lector, obligado a aprender, a chocar con el texto.

Un lenguaje renovado exige un lector renovado, o “in potentia” de renovarse. La lectura puede ser un camino insustituible en la afinación de la identidad.

martes, 11 de mayo de 2010

¿Cuánta gente hay en una lectura?

Enrique se preguntaba hace poco por cuántas vidas había en su vida. Me ha hecho pensar en la población que habita una lectura, y en sus diversos estatus: está presente el lector, está presente el autor, está el autor implícito (esa presencia que percibimos dentro del propio texto ordenando todos sus recursos para que éste haga los efectos deseados, como el director de orquesta) y el lector implícito (esa imagen-tipo de lo que el lector debería hacer, cómo reaccionar, al hacerle leer lo que el texto le propone), y para mí está la presencia de Dios como origen y sentido último de nuestro deseo de leer y escribir; pero también está el texto mismo, como máquina que funciona e interactúa con el lector, como si fuera una persona. Una cuasi-persona, pero las cuasi-personas apuntan en su razón de ser a ser como personas, algo a lo que, obviamente, no pueden llegar.

Nosotros, lectores, nos ponemos a dialogar con algo especial, con un cuasi-alguien, asumimos la ficción de la comunicación literaria, como si fuera una comunicación interpersonal. De modo que el buen lector, recibe un impulso hacia lo personal, surgido en esa comunicación literaria: de salir al encuentro del otro, de la persona, desde lo ensayado y aprendido aquí.

Pero aquí hay un posible gran vicio: la obstaculización de ese paso hacia el otro que la lectura ha favorecido. El vicio de permanecer por deseo propio en el reino de las cuasi-personas, en el reino de la soledad. De nada sirven las mil lecturas si desde la experiencia de la lectura no procedemos, transitamos, hacia el otro, hacia nuestra única vida, que necesita de la comunión interpersonal.

Así que en la lectura hay todavía otro más. Potencialmente, toda la humanidad.

lunes, 10 de mayo de 2010

(Re)leer los sueños

Alasdair MacIntyre dice en su libro Tras la virtud que los hombres vivimos narrativamente: entramos en narraciones, el mundo de la vida que articulamos y nuestro propio modo de ser es narrativo, todo nos empuja a la narración: incluso soñamos narrativamente.

Nadie en el desayuno dice “Qué mal lo he pasado esta noche, he tenido una pesadilla terrible: he soñado el horror”, o “Qué bien he dormido: he soñado la alegría”. El horror y la alegría pueden ser soñados, pero decir esto es hacer una metonimia de la parte por el todo. Lo que realmente soñamos, o vimos, o vivimos fue una historia que nos hizo experimentar el horror o la alegría en el sueño. Tuvimos una experiencia que, para ser revivida desde el cordón sanitario de la vigilia, hemos de releer narrativamente. No nos basta la sensación de horror o de alegría, si queremos apresar mejor lo que ocurrió, hemos de poner en marcha una lectura, porque entendemos que allí hubo una historia. 

Quizás una historia muy simple, breve, pero historia: una mínima acción y pasión, un suceso, un desenlace. Cuando narramos el sueño no estamos fabulando, estamos releyendo una historia que acaeció allí

domingo, 9 de mayo de 2010

Leerse, narrarse, vestirse

Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, psiquiatra judío discípulo de Freud, estuvo un año en los campos de concentración de Auschwitz, Kaufering y Türkheim. Allí le quitaron el manuscrito de la tesis doctoral que venía escribiendo, le despojaron de todo. Tuvo la suerte de ser liberado por el ejército norteamericano en 1945. Al salir, se impuso la tarea de escribir su experiencia. ¿Por qué alguien que seguramente desearía olvidar, quiso contar aquello, releerlo y escribirlo? Vuelto de los infiernos, desnudo de todo, decidió vestirse.

Al final un hombre es, seguramente, él mismo y su sentido. Nietzsche decía que el animal humano dependía de esa arma que le había dado la naturaleza, la inteligencia, para sobrevivir. D. Federico, con todo su radicalismo y su exageración, siempre se quedaba corto. Esa voluntad de sentido, que nunca llegará a inquietar a ningún animal –como sí un mosquito, o la falta de agua- pone al hombre en otro lugar, en otra esencia. Una voluntad de sentido que pone en marcha una búsqueda con las vestiduras de la lectura y la escritura.

sábado, 8 de mayo de 2010

Eliot leído por Heron


Una postal comprada en la National Portrait Gallery de Londres me acompaña desde hace casi trece años. Reproduce un cuadro del pintor inglés Patrick Heron, y es un retrato de T. S. Eliot.

Heron hizo su lectura de Eliot, en 1949. Heron era un pintor que se encarriló por la vía de Cézanne-Braque-Matisse-Bonnard-Expresionismo abstracto norteamericano. Todo lector tiene su vía personal, su itinerario, sus paradas, su norte. El tren pasó por Eliot, siguiendo su programa. O digamos que Eliot se subió un momento, hasta una parada cercana. Y que tantos otros retratados por Heron hicieron lo mismo.

Por eso, quizás no tiene mucho sentido averiguar qué punto de analogía hay entre Eliot (¿el de Prufrock, o el de La tierra baldía, o el de los Cuatro cuartetos; el norteamericano de temperamento puritano, o el neobritánico defensor de la monarquía, o el infeliz casado, o el sereno cristiano converso, o el hombre bendecido por la visión poética?) y Heron, sus rasguños expresionistas, sus ecos cubistas, su tenue profundidad, sus pinceladas de óleo diluido que no terminan de decirse a sí mismas.

Y sin embargo, entre tanto Heron, hay algo esencialmente Eliot en el cuadro. Como ocurre en toda buena lectura. 

viernes, 7 de mayo de 2010

Leer la amistad III

Sigo con el diálogo de Cicerón. Un poco más en harina, Lelio explica sobre su difunto amigo:

Disfruto tanto con el recuerdo de nuestra amistad, que me parece haber vivido dichosamente por haber vivido con Escipión (II, xv, mi traducción).

Vivir como vivir-con. Vivir con libros no es lo mismo que vivir con personas, y una torre de marfil puede estar forrada de volúmenes, y conocemos literariamente –y quizás personalmente- esas abisales soledades; pero el libro puede –debe- conducir hacia los otros, en él debe estar su presencia. Y en la buena literatura también la presencia del Otro.

jueves, 6 de mayo de 2010

Leer la amistad II

¿Se puede ser amigo de un libro? En un sentido metafórico, como tener afición por ese libro que mucho o poco nos ha cambiado, esta pregunta no hace daño. Pero a mí me pica. Me muerde.

Más allá del papel y la tinta, de la atmósfera mediática, de las opiniones de los demás, incluso más allá de la máquina textual casi perfecta de cualquier gran libro, que se enciende con el runrún delicioso de un motor de Audi, creo, sinceramente, que hay alguien.

¿Está el autor? Sí, pero en un sentido muy relativo y lejano. Alguien habla más allá de las palabras, una presencia alienta todo el gran sentido de esta conversación que no ha sido engendrada por el cinismo, sino por la amistad.

Sin un poco de fe profunda, ni siquiera confesada a nosotros mismos, ni leeríamos ni escribiríamos. Y sin embargo lo hacemos. Y queremos hacerlo mejor.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Leer la amistad

Lelio o De la amistad, es un coloquio escrito por Cicerón, de esos en que los interlocutores parecen hablar exonerados del tiempo y del espacio; sin embargo, se me hace tan grato, que no puedo dejar de leerle un escenario: una estancia aireada por una brisa de mayo, una luz matutina recién puesta, virgen y rebosante de posibilidad, metáfora para un discurso que quiere rayar en lo eterno. Casi al inicio, Cicerón le explica al destinatario del escrito, Ático, cómo deberá sacarle mejor partido a la lectura:

Aparta, pues, de mí tu atención por unos momentos y piensa que es Lelio mismo el que habla. C. Fanio y Q. Mucio se reúnen con su suegro después de muerto el Africano; son ellos los que comienzan a hablar; contesta Lelio, y todo lo que dice gira en torno a la amistad; leyéndolo te conocerás a ti mismo. (traductor, Valentín García Yebra)

Cicerón subraya la necesidad de ese amistoso pacto de lectura, por el que hay que suspender la incredulidad para que se cumpla el fin de la ficción. Condición de entrega e implicación de lector, necesaria, casi suficiente, para que se dé, entre otros, un llamativo efecto boomerang en la lectura: “quam legens te ipse cognosces”, “leyéndolo te conocerás a ti mismo”. 

martes, 4 de mayo de 2010

Releyendo a Delibes II

Ella entendía que el vicio o la virtud de leer dependían del primer libro. Aquel que llegaba a interesarse por un libro se convertía inevitablemente en esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector siempre quedaba insatisfecha. Y, al apelar a otros títulos, iniciabas una cadena que ya no podía concluir sino con la muerte.

Procede de Señora de rojo sobre fondo gris (p. 22), de Delibes, es una interesante declaración de experiencia lectora. Muy verdadera, a mi parecer: sobre todo esa idea de la insatisfacción. ¿Por qué? La lectura puede ser -para un lector sensible- una experiencia tan capaz de agitar el mundo interior, que inevitablemente habrá de conectar con las aspiraciones más profundas de la persona. Y la consideración de la lectura que hace el narrador de la novela en términos de resolver problemas, insatisfacción y cadena hasta la muerte, creo que hace justicia a esta experiencia tan humana de leer. Conduce al misterio personal.

Si no dejamos de leer, aún sabiendo que esa cadena concluirá con la muerte ¿será entonces que, secretamente, aspiramos a una nueva vida?

domingo, 2 de mayo de 2010

Releyendo a Delibes

Estoy releyendo Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes. Qué importantes son las relecturas, nos dan un contraste con nuestras primeras lecturas, con nosotros mismos. Sólo recuerdo que la primera lectura me emocionó, era una lectura con 24 años. Ahora veo con mayor claridad la tramoya del texto de Delibes: inevitablemente, hago una lectura más racional y cauta, pues ya conozco la historia, conozco mejor el mundo, y un poco más a mí mismo. 

La novedad de la primera lectura hace que, dando un crédito amplio, nos lancemos en brazos del pacto de ficción que nos propone el texto; que nos guste, o necesitemos, creernos temporalmente ese mundo que se levanta sobre el papel. La relectura ya no da para eso, pero tampoco es la lectura del cínico. Sondea el texto desde una exigencia que no sé explicarla, como si viniera del campo de batalla de nuestra intimidad, ya tan hollado; desde algún rescoldo de aquellas hogueras, desde alguna esperanza, serena e inconcreta. Extrañamente urgente.    

Tratar bien al lector

Estoy leyendo el final de la Eneida, con una taza de té al lado. Es una serena tarde de sábado, han caído unas gotas intempestivas, pero ya son un ligero recuerdo. Eneas ha sido herido por Turno y…

… entonces Venus, condolida del inmerecido penar de su hijo, va a recoger en el cretense Ida las vellosas hojas y la purpúrea flor del díctamo, bien conocido de las cabras monteses, heridas por veloz saeta. Trájolas Venus envueltas en oscura niebla, las deslíe con agua en una fúlgida copa, les infunde ocultas virtudes y rocía al remedio con el saludable zumo de la ambrosía y con la fragante panacea; lava el anciano Iapis con él la llaga, sin conocer las virtudes, y de pronto huye del cuerpo todo dolor…

El té me parece ahora el remedio divino, y cualquier problema ya sólo un ligero recuerdo. Es una sensación momentánea, un efecto de lectura, pero me hace pensar en la virtud de la buena escritura, y en este caso de esa escritura, a menudo tan obviada, que es la traducción. Buena traducción, al menos, porque recrea el énfasis épico; porque traslada la virtud visual, táctil, olfativa de las palabras originales; porque compone una serie de sonidos y acentos que, al hacer música, despierta en mí el sentido de la evocación. Me siento bien tratado como lector. Gracias.

(Por cierto, si alguien sabe cómo se llama el traductor de la Eneida en la versión de la colección Austral de Espasa-Calpe, le agradeceré que me lo indique. El traductor merece un nombre en el reino de la literatura).

sábado, 1 de mayo de 2010

Leer lo que sea II

Creo que hay excelente literatura que lleva de la mano al chico o a la chica, sin paternalismos ni ñoñerías, que ayuda al paso de la toga praetexta a la toga virilis, ese paso a la edad adulta bien conocido en cualquier cultura –perdón por el carácter inevitablemente masculino de la metáfora romana, pero es que venía al pelo; no excluyo a las chicas, ni mucho menos-. No creo que haya que esforzarse mucho para convencer a nadie de que un chico o chica en nuestro bachillerato –salvo pocas excepciones- no ha alcanzado precisamente una esperable madurez adecuada a su edad. Y algo de ese déficit de madurez viene de que “lo que sea” suele ser el menú que se les sirve desde todos los flancos a los que se arriman en esta sociedad.

¿Por qué no inducimos a los jóvenes a pedir lo mejor en la lectura, a través de una gradual pedagogía? ¿se lo hemos hecho vislumbrar? ¿es que lo mejor no tiene capacidad de seducción? ¿o no la tenemos los maestros? Sé que no es un asunto sencillo, pero por lo que nos toca –al tiempo que seguirán lloviendo reformas educativas y nuev@s ministr@s de educaci@n, a cada cual más progresist@-, o asumimos nuestras responsabilidades, o seguirá siendo lo que sea.

Un excelente lugar para la orientación lectora a jóvenes es Bienvenidos a la fiesta, de Luis-Daniel González.