AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



miércoles, 29 de junio de 2011

Llegar a tiempo

Esta entrada me ha salido filosófica. Y con un tono algo sentencioso. En fin.

"Hay que llegar a tiempo". Sí. Es una consigna que rige nuestras vidas, asumida hasta no verla; pero férrea. Me recuerda a esos cables de acero que atraviesan el hormigón pretensado. Y pensamos que el tiempo es el de los relojes.

Cuando quieres llegar a tiempo, al de los relojes, siempre llegas tarde. El tiempo siempre va por delante. "Hubiera hecho falta un poco más de tiempo", dices, y confirmas el destino y tu sentencia. Y un día, definitivamente, continuará su tictac sin ti.

Pero hay otro tiempo al que siempre se puede llegar "a tiempo". Es el tiempo del otro: siempre se puede llegar al misterioso tiempo de la persona, donde no hay manecillas, ni arena que resbala por el vidrio. Es el tiempo de la apertura infinita; un tiempo al que se llega por apertura al otro. El tiempo que se descubre al abrirse a un gran libro, a la música de Bach... al perdón, a la entrega... 

Siempre se llega a tiempo de leer el Quijote, o un buen poema, o de sanar, o de sanar al otro. Aunque sea en el último momento, donde se derriten las manecillas y se raja el cristal, hasta que ha escupido todo su prestigio de arena. El hombre no es una pasión inútil. Creo que la fisonomía de ese tiempo humano rebelde es la esperanza. Sin ella, o sin nuestra perpetua pregunta por ella, ¿qué gran literatura, qué arte tendríamos, o nos cabría esperar?  

lunes, 27 de junio de 2011

Dad mi voz al aire

Quizás basten unos pocos versos. 

Hay poemas que leemos y nos gustan. Nos distraen. Nos hacen pensar, reír. Aprendemos. Disfrutamos, sí. Dejamos el libro en la estantería. No sabemos si, tal vez, volveremos a él. El libro ha cumplido. Nosotros hemos cumplido. 

Pero no hablo de esos. Hablo de aquellos pocos versos. Esos que se quedan circulando por el torrente sanguíneo del alma, del cuerpo. No podemos hacer nada. Ni queremos. Germinarán, estamos seguros. Florecerán sus brotes en un momento inopinado, mostrándonos siempre un gesto benigno, en medio de cualquier desierto. Son parte de nuestro sistema inmunológico.   

Aquí dejo algunos, de la IX sección de Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez. 

Como si nunca hubiera sido mía,
dad mi voz al aire y que en el aire
sea de todos y la sepan todos
igual que una mañana o una tarde.


.


viernes, 24 de junio de 2011

Adoro Te devote


(Aunque este blog no es de tema religioso, esta entrada sí lo tiene -como cualquier otro bloggero puede hablar de sus convicciones políticas, literarias, ideológicas, gastronómicas...-. Forma parte de mi identidad).

Está próximo el Corpus Christi. Al menos en Valencia se celebra el domingo 26. Me ha hecho recordar una vieja idea a la que le he dado muchas vueltas: cada vez que, tras la Consagración, el sacerdote eleva la Hostia Santa, pienso que está levantando un punto, un centro, un sentido, una referencia. Y que el centro del universo está ahí. 

Siempre acechados por el sinsentido, tantas veces débiles hasta la traición, creo que ahí se gana el sentido para todo. 

Alo final, no habrá sido en vano la música de John Coltrane, ni el Quijote, ni un momento de auténtica poesía... ni siquiera el sufrimiento. 

Ese punto puesto en alto es lo único ante lo que me arrodillo en este mundo.




miércoles, 22 de junio de 2011

Ver es haber visto

Hace muchos años descubrí un librito prodigioso: Nuevo arte de pensar, del filósofo francés Jean Guitton. Me deslumbró el estilo suelto, personal, desordenado, con que iba tratando aspectos del pensar. Subrayé muchas líneas, como hace todo entusiasta. 

Hoy me he vuelto a encontrar con el librito. He buscado mis subrayados, y he encontrado un espejo antiguo. He de decir que me he visto como entonces. ¡Cómo rejuvenece reencontrarse con verdades de verdad!

Aquí dejo este asombroso párrafo. Viene después de que el filósofo haya hablado de que para mirar el mundo, hay que ir cargado de expectativas, con una (pre-)visión interior. Es matizable, discutible, es, de algún modo, una exageración, pero también es verdad:

Me atrevería casi a decir que el precepto más útil para aprender a mirar sería: "Cierra los ojos e imagina de entrada una visión mental interior". Para aprender a oir: "Tápate los oídos". Para aprender a leer: "Cierra el libro y adivina". ¿Qué quería decir Leonardo da Vinci cuando escribía que la pintura debía ser una cosa mental, cosa mentale, sino que en el momento que el pintor dibuja una línea y pone color debe tenerlo todo en su espíritu? Sólo se ve aquello que ya se ha visto. Sólo se ama lo que ya se ha amado. Cuánta verdad en la famosa paradoja de Menón de Platón: "Conocer, en el fondo, es reconocer".

lunes, 20 de junio de 2011

Atención a esta niña... Andrea Motis y a su profesor

Un vecino que me aprecia mucho (el aprecio es mutuo) tiene un yerno que le encanta el jazz. De vez en cuando me regala un cd de esta música. Esta vez me dijo: "Es una niña, que canta muy bien, y además toca la trompeta. Se llama Andrea Motis". Cuando pude, puse el cd. Enseguida me fui a Youtube a comprobar que era una niña quien cantaba y tocaba. Y efectivamente.

Una niña catalana, que actúa con el grupo de jazz de Joan Chamorro. Está claro que Andrea es un prodigio musical, pero para mí está también muy claro que, con todo el esfuerzo que haya que tenido que poner, se lo debe haber pasado muy bien. Ha disfrutado aprendiendo. Pienso también en su profesor de música, cómo habrá sabido hacer amable y maravilloso el aprendizaje. Y al final, tenemos lo siguiente: 15 años, y además de la trompeta, toca el saxo alto:


La educación, sin belleza, sin juego, sin maestros, sin comunidad, sin diálogo, no es educación. Ya lo sabía Platón... y sus discípulos. El profesor de Andrea Motis es de los que también lo saben.

(No os perdáis el cd Joan Chamorro presenta a Andrea Motis: precioso, increíble)

viernes, 17 de junio de 2011

Un mal artista sí hace daño

Leí el reportaje sobre el artista Antonio López en La Razón del Domingo pasado. Conozco a Antonio López porque una vez organizamos en la Fundación Mainel un coloquio donde participó junto con los escultores Julio y Francisco López y la pintora Isabel Quintanilla -esposa de Francisco-. Era tener allí a un buen y representativo número artistas de lo que se llamó La Escuela de Madrid. Antonio: me acuerdo de que era un hombre muy afable, accesible, daba gusto su lacónica y sensata conversación, escuchar a un maestro.

Hace ya años que no le he vuelto a ver. Leí el reportaje-entrevista con interés. Me llamó la atención su comentario "Un mal artista no hace daño. Un mal político, sí". Lo interpreto en el marco de todo lo que se ha visto con ocasión de las pasadas elecciones, y en sintonía con la humildad y la modestia que él exige -y se exige- a artistas, gestores, directores de museos, críticos... Y en todo esto estoy de acuerdo.

Pero, también se puede pensar la declaración desde otra perspectiva: la de la incisión cultural real, práctica, que tienen los artistas -no sólo los plásticos- en las vidas de las personas concretas. Creo que en ningún otro estadio de la civilización se ha vivido con una mayor conciencia estética como ahora, al menos tantísimas personas. Cuántas veces el criterio estético pasa por delante del ético o del puro sentido común, -o sin guardar relación alguna con ellos-, en la toma de decisiones que atañen de forma importante a la persona. 

En todo queremos diseño, sensación, sorpresa... y no lo veo mal. Pero veo que el barco de la vida colectiva se nos está hundiendo por sobrecarga estética. Y cuando hay sobrecarga estética, quiere decir que nos hemos olvidado de lo razonable en el vivir, de la realidad, del buen sentido: parece que hoy todo el mundo se cortaría el brazo derecho por tener el famoso "vientre plano"; todo es epicureísmo de garrafón, y entonces hay inflación de arte, de humo, polvo, sombra, nada.

El mal artista nos confunde, porque el camino estético, hoy más que nunca, debería conducirnos a lo mejor de nosotros mismos. 

miércoles, 15 de junio de 2011

Momentos de gracia, el domingo por la mañana


Tras una semana de junio, de esas que los docentes afrontamos sin sustancias dopantes, con la entereza de los 300 de las Termópilas, dábamos un paseo desengrasante mi amigo Carlos y yo por el antiguo cauce del río Turia. Desde hace ya años es un fantástico jardín itinerante. Era domingo por la mañana. Reparamos en un saxofonista negro que tocaba sentado en el respaldo de un banco. Seguimos adelante, y echamos un vistazo en la Feria alternativa, cien metros más allá: hamburguesas vegetales, pachuli, marroquinería, brebajes, camisetas, chales, puestos de medicina china... -"¿Y si volvemos a ver al saxo?, -"Vamos".

Se llama Richard Kobena, de Ghana, profesor de danza africana, músico. Habla muy bien castellano. -"Richard, espérame, que voy a casa y me traigo el saxo, veinte minutos", -"Muy bien".

Y allí estuvimos con su saxo alto y mi saxo tenor, improvisando lo que se nos ocurría sobre temas conocidos. Amazing Grace nos salió especialmente bien. Siempre he pensado que los parques deberían ser sitios donde la gente pudiese expandirse y ofrecer algo positivo -si lo desea- a los demás. Un lugar aparte de lo económico, de peajes innecesarios al Estado, de la política, y regido por lo razonable, lo solidario, lo cívico, lo familiar y lo natural.Era una maravilla ver tantos niños por el río, algunos pequeñajos hasta se acercaban con su mamá a nuestro dúo, llevando el compás.

Richard tiene un grupo de d'jembes (tambores africanos), ¡así que pronto la vamos a montar! Igual me dejo crecer unas rastas. Atentos.

lunes, 13 de junio de 2011

Down en Tebas

Hace unos días, en un suplemento de ABC se hablaba de los niños con síndrome de Down. Unos cuantos días antes, un amigo me contaba el caso de una mujer embarazada a quien su médico le había asegurado que el niño venía con el síndrome de Down, y que lo mejor era abortar -téngase en cuenta que en España hay leyes eugenésicas, como en el III Reich o con otra variante en la China real, que convierten esta acción en un derecho y a los niños que van a nacer con este síndrome o con otro "factor" en un estigma insoportable-. El caso, además, termina horrorosamente: la madre es coaccionada médica y socialmente para que aborte: se ejecuta al niño y se descubre que no tenía ningún síndrome, sólo esa temible espada de Damocles que oscila sobre cualquier niño que haya de nacer a este lado de los Pirineos; y la mala suerte de una pequeña disfunción en los infalibles procedimientos de la ciencia, nuestro único dios indisputable en la actualidad. 

Me acordaba de aquel pasaje de Antígona, de Sófocles. Aquel en que Creonte, el gobernador impío de la ciudad de Tebas, desprecia las leyes no escritas de los dioses, las que los ciudadanos sentían como íntimas y razonables, y condena a Antígona por querer enterrar a su hermano Polinices. Y me acordé de lo que escribí en mi libro Leer o no leer. Sobre identidad en la Sociedad de la información:

Las frases de Creonte, por contraste, son severas, sin dialogo. Frases contradictorias e inmorales: “Al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario”; frases que humillan a los muertos y a los dioses: “es trabajo inútil ser respetuoso con los asuntos del Hades”; y con las que se priva de vida, como cuando a la pregunta de Ismene: “¿Y qué vida es soportable para mí sola, separada de ella?” Creonte le responderá en presencia de Antígona: “No digas ‘ella’: no existe ya”. El poder político asigna nombres y pronombres en el interior de la ciudad, vidas y muertes: ya no es Antígona, ni siquiera el pronombre “ella”: ya no existe. Creonte hace que Antígona desaparezca del diálogo dramático y de la escena, que es el modo de dejar de estar vivo teatralmente, y en la vida es el comienzo de la ausencia definitiva: cuántos débiles no son nombrados, y por lo tanto se les niega la humanidad. Es raro el diálogo, porque su primera ley, la paradójica ley no escrita, es la de reconocer la dignidad del otro, esa cámara sagrada en la que sólo se puede entrar descalzado. Para dialogar hay que reconocer la dignidad esencial del otro, aunque pensemos que sus palabras son equivocadas o nocivas. Ningún auténtico diálogo puede terminar con la eliminación de aquel hombre o mujer, porque entonces se resolverá en monólogo, construido sobre la violencia y el silencio. pp. 78-9.

Pero, gracias a Dios, y no al trágico destino, siempre hay perdón para quien lo busca.

viernes, 10 de junio de 2011

Lee para buscar, medita para encontrar

Fue ayer, hablaba con un amigo. Me decía que estaba emocionado con lo que estaba descubriendo en el último apartado del Catecismo de la Iglesia Católica: "La oración cristiana". Y que se le había quedado en la memoria una frase: "Lee para buscar, medita para encontrar". Luego he estado hojeando el catecismo y todavía no me he hecho con la fuente exacta. Ya saldrá.

Cuando se fue mi amigo, me vinieron a la mente mis alumnos: ni leemos con ellos, ni les enseñamos a meditar (ya sé que estoy exagerando). Por eso ni buscan ni encuentran. Se aburren.

Con la lectura podríamos incitarles a buscar, a adentrarse en el misterio de la vida; con la meditación, con el "hacerlo propio" de la lectura reflexionada y dialogada, podríamos ayudarles a asumir con libertad y responsabilidad lo que, sin saber, buscan. Que buscan con la pasión de esa edad contradictoria y transparente, pasión que quizás ya no volverá en el resto de sus vidas.

Sí, estoy un poco indignado. 

miércoles, 8 de junio de 2011

El sueño del jacarandá

Llevaba días de un íntimo gozo. Al acercarme a la avenida Blasco Ibáñez, a su alameda central, veía esa alfombra de sueño, perspectiva saturada de lila, de la flor del jacarandá. "Tendré que escribir algo", pensaba. Y yo pasaba, como en el poema de Yeats, pisando levemente, para no herir el sueño. Y pasaban los días.

Hoy, he asistido a un recital de poesía. Algunos chicos de doce años de mi colegio, se habían preparado algunos poemas. David, el profesor de música -un artista excepcional- improvisaba desde atrás del poema, como si estuviese abriendo una ventana que trajera aún más luz. Un acompañamiento minimalista, que me recordaba a Satie. Y entonces salió un mozalbete y leyó: Vaivén, de Rafael Alberti:

Por la tarde, ya al subir;
por la noche, ya al bajar;
yo quiero pisar la nieve
azul del jacarandá.

¿Es azul, tarde delante?
¿Es lila, noche detrás?
Yo quiero pisar la nieve
azul del jacarandá.

Si el pájaro serio canta
que es azul su azulear
yo quiero pisar la nieve
azul del jacarandá.

Si el mirlo liliburlero,
que es lila su lilear;
yo quiero pisar la nieve
azul del jacarandá.

Ya nieve azul a la ida,
nieve lila al retornar;
yo quiero pisar la nieve
azul del jacarandá.

Y yo me encontré mi texto ya escrito, mientras escuchaba los versos y la música, y mis pies, no sé cómo, pisaban suavemente, el sueño del jacarandá.

domingo, 5 de junio de 2011

Aproximación al desconcierto, de Javier Sánchez Menéndez: cuatro notas


I. Desde mi poca geometría, he pensado este título: la verdad es que si te aproximas al desconcierto, debes hacerlo desde alguna otra parte, algún concierto debe de haber. Plessner dice que el hombre es el ser que tiene la posibilidad de ser excéntrico a sí, de distanciarse de sí mismo, para verse mejor, o simplemente verse. El desconcierto es parte del misterio de la vida, quien se crea rey y señor del centro de su misterio debe ser tan obtuso como un menhir, o acéfalo sin -naturalmente- haber caído en la cuenta. 

II. Desde mi experiencia aeroportuaria, leyendo los versos de Javier Sánchez Menéndez, me he acordado de lo que pasa con las maletas. Viajas y en la facturación te ponen una etiqueta en el asa, NYC, SIN, MEX... Y una vez vuelto a casa, no puedes dejar las etiquetas puestas, para que te recuerden y recuerden a los demás: "soy de los que han estado aquí o allá". Las etiquetas poéticas militantes más que vestir, desvisten al poeta, hasta hacerlo invisible.

III. Desgarrado a veces, irónico, y también con ternura, de esa que no es gratuita sino recia, Javier, con la autenticidad del que se aproxima sin ocultar una llaga -llaga que todos tenemos, poetas y resto de mortales-, y con ella y más cosas hace, o él se hace, poema. Me impresiona ese pulso con Dios -él escribe dios-, que pone el poema en pie, sin acabar de dar nada por sentado. Ya hacía tiempo que el estado de bienestar poético había exiliado a Dios. Pero ni la Nocilla puede acallar esa misteriosa inquietud que en buena medida nos configura. 

IV. Y finura de oficio y salero de los buenos: léase "Primer amor"; y metafísica elegante y breve: "Ejercicios de represión"; y la imagen concreta junto al concepto y la temperatura cordial, e hiatos que te dejan atando cabos mientras la poesía sigue haciendo su efecto desconcertante: "Ejercicios de irreverencia".

La poesía -y la vida- no deja de desconcertarnos; si aún nos queda humanidad, no podemos permitirnos el lujo de no acercarnos. 

viernes, 3 de junio de 2011

Lo barroco y su ingestión: Gabriel Miró

La belleza tiene muchas moradas. Y si nos vamos al arte literario, y a su inevitable cocina, tiene muchos platos. A mí me va casi todo. Algunos platos hay que tomarlos como un breve canapé, con el índice levantado y mirando hacia dentro; y otros sugieren más bien un rato sin prisas y nuestra cuchara preferida.

Pues con la primera actitud me tomo los escritos de Gabriel Miró. Un plato verdaderamente barroco. Me imagino un cocinero rodeado de mil especias, ordenadas en sus tarritos sobre multitud de estantes; la alacena, a mano derecha, con sus cecinas, salazones, y cientos de exquisitas rarezas; a la izquierda, un congelador de competición, surtido de todo lo que al mar, fácil o arduamente, se le pueda esquilmar; y aves desplumadas que sonríen de arriba abajo y rotundos cuartos bovinos. Y el maestro ante los fogones, los sartenes, las ollas, las parrillas, dispuesto a la fantasía, como Bach frente al clave.

Al final, resulta una serie de sabores casi inverosímiles, extraordinarios, que agitan el paladar -los formalistas rusos dirían que lo desautomatizan-. Pero, sin mesura, qué fácilmente el uso se convierte en abuso. Bastan unas páginas. Los platos barrocos de Miró, son nouvelle cuisine en su apariencia de textos breves, de cosa poca, pero churriguerescos en su saturada sustancia formal y de concepto. 

Ahí va un entrante:


  Pasó un labriego con su azada de sol, y, mirando al forastero, le dijo:
   -¡A la sombra, a la sombra!- Y en la boca seca de ese hombre, enjuto y acortezado, la palabra sombra tuvo una frescura nueva, como si acabase de crearla.
   Y, antes de seguir caminando, tendióse Sigüenza a beber de un manantial que de allí cerca salía, recién nacido.
   Venía un leñador, oloroso de monte, con la espalda doblada, por los costales, y le saludó diciendo:
   -¡A disfrutar con el agua! ¡No la hay mejor en el mundo!
   Y Sigüenza, que había ya bebido, bebió más, mordiéndola en un temblor de claridades, y le goteaba un frío de luz por las mejillas, por los cabellos, por las manos. (de Años y leguas, 1928)
Bon appetite!

miércoles, 1 de junio de 2011

Leyendo sobre Eliot en el metro

El último alumno me entregó su examen de latín. Recogí mis libros, salí del colegio y me fui paseando hasta el apeadero del tren. Los campos de naranjos flanqueaban el camino polvoriento, el cielo proclamaba con desvergüenza el adelanto del verano. En el apeadero me encuentro algunos alumnos que habían declinado la invitación a hacer el examen de valenciano, que venía tras el mío. En fin. No pregunté. Llegó el tren. A punto de entrar se me acerca corriendo un alumno de "ciencias" a quien nunca había tratado. -D. José Manuel, solo quería despedirme, porque me voy del colegio, -¿Te vas a módulos -Formación Profesional-?, -¡Sí!, -Bueno, pues que te vaya muy bien. Él se va a su vagón. Se cierran las puertas. Me quedo pensando. Busco un asiento donde el sol no desolle mi cogote. Saco de la mochila un biografía de T. S. Eliot, que tomé ayer de la Biblioteca de Humanidades de la Universidad. Es del 2006, relativamente breve. El libro va enfrentando la vida de Eliot con sus obras. El autor no es un psicologista del XIX, que explica la literatura por la vida del autor; es sólo un hombre sensato. Encuentra concomitancias, respeta el misterio de la vida y de la escritura. ¿Cómo separar vida y obra? 

El tren se va acercando a la ciudad. Cruzamos el gran cauce construido para prevenir inundaciones del Turia. Apenas me doy cuenta. Estoy en los años mozos de Eliot. Esa época de estudiante en Harvard, donde se enfrenta a un dilema: el mundo hipócrita de la sociedad de New England, esconde su vacío bajo ceremonias burguesas: es placentero, pero insoportable; y los poetas simbolistas, como Laforgue, a los que lee con avidez como lo más novedoso en poesía, abogan por que aflore el inconsciente, aún de la forma más brutal, para responder a esas mentiras burguesas. Ya no entra luz por las ventanillas. El tren se ha transformado en metro. Alguien más lee: aquí y allá, un best-seller o la prensa gratuita que chilla sus titulares sensacionalistas. Eliot lo está pasando mal. Hay que encontrar un camino. Anuncian mi parada por la megafonía del vagón. Guardo la biografía en la mochila.

Ha vuelto a ocurrir, y ocurrirá, aunque haya tantos intereses por negar la realidad. Nunca ha sido fácil ser joven.