Hoy a las diez de la mañana hay marea alta. Coronadas de burbujeante espuma y medusas, hijas primitivas del mar, que la gran madre-cuervo dejará abandonadas en seco y entregará a la muerte por evaporación, las aguas se adentran en la playa reducida, casi hasta mi sillón de mimbre, y… (Así comienza Thomas Mann su ensayo Anna Karenina (1939). Me he tomado la libertad literaria de acercarme al gran escritor, voy encorvado bajo el sillón de mimbre que llevo a cuestas penosamente desde el paseo marítimo de mi presente, con mis dos tomos de Anna Karenina abultando los bolsillos del abrigo, y mi cuaderno de notas entre los dientes).
-¡Uf!, Difculpe, feñor Mann. Permítame que me siente un rato con usted, a mí también me gusta el mar, y me ha gustado Anna Karenina. Aunque, he de decirle que por algunos motivos en parte diferentes a los suyos. Lo he estado pensando, y en el fondo, hacemos crítica desde supuestos diferentes. A partir de la obra usted escribe sobre Tolstoi como un genio conectado con las fuerzas primigenias de la vida, que incluso cuando despotrica contra el arte en nombre de la moral, cuando cuenta la peripecia de Anna y el progreso interior de Liovin, cuando –según usted- ahoga la sensualidad en nombre de una ascesis moral, esa ascesis no sería más que una expresión titánica del potencial hercúleo, bruto, irracional de Tolstoi el creador, y que es ese retorcimiento el que hay que admirar. Es decir, como en su opinión Tolstoi no es salvable en cuanto le da una fuerte finalidad moralizadora a la obra, usted reinterpreta, disuelve lo ético en lo estético-creativo, y así Tolstoi queda ganado para la causa. Pero a mí la causa del genio romántico, concretada en el superhombre nietzscheano, ejemplificada en Tolstoi y sacada a la luz por usted a través de un psicoanálisis de lo que Tolstoi realmente estaba haciendo al escribir Anna Karenina, no me convence. Es una opción ideológica. Pero yo no creo ni en Nietzsche, ni en Freud.
Y más allá de creencias o descreencias, lo principal es que el texto, su valor literario, se sostiene por sí mismo; y que con respecto a las ideas morales implícitas en Anna Karenina, creo que ir más allá de lo que con bastante claridad se percibe en el texto, es un viaje que se puede hacer, pero en el que no le puedo acompañar. El trabajo del narrador implícito, ese principio organizador desde dentro del texto, que ha dispuesto sus partes, su desarrollo, que ha diseñado los personajes, que administra los recursos estéticos, que presenta unos mensajes, también morales, desde instancias determinadas, ese trabajo es bastante claro para mí, como para muchísimos lectores –aunque pueda no gustar a alguien-. Creo que no deberíamos ceder a la tentación de ir a buscar al autor, psicoanalizarlo, y volver sobre la obra para leerla; ni tampoco caer en la duda filológica radical, que desestabiliza el sentido sensato y suficiente de la obra, y que en el fondo es ideología deconstruccionista.
(Una anémona ha sido escupida hasta casi nuestros pies. La mar, esa gran madre-cuervo, arroja a sus crías a la intemperie, desde sus irracionales y primigenias entrañas. Un escalofrío me sacude. Me llevo la mano al ejemplar de Anna Karenina en uno de los bolsillos, y recuerdo las últimas palabras de Anna, electrizadas de esperanza filial).