AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 15 de febrero de 2010

La ilusionante vida del amortajador

Escribe Julián Marías en Breve tratado de la ilusión: "El deseo… pone en tensión el fondo de la persona, lo moviliza hacia algo, y lo hace manar en continuidad (…) Pero la ilusión añade algo decisivo y que no se da en el mero deseo. (…) La ilusión es un deseo con argumento (…) está asociada a la vida biográfica, es una forma de ella, y esto quiere decir que tiene la condición proyectiva de esta, que el deseo por sí mismo no posee".

Echamos de menos ficciones ilusionadas e ilusionantes. Se nos ha contado y se nos sigue contando el deseo por activa y por pasiva –sobre todo por pasiva, por ser esa fuerza que avasalla y que uno o una padece, si no hace algo-. Acabo de leer el post de JJ García-Noblejas sobre Avatar, en coincidencia con la opinión de Juan Manuel de Prada, sobre toda ese avasallamiento de efectos especiales, corrección política, ideología, envoltorio, trivialidad (no sé por qué, me surge natural enlazar esta serie con esa otra de Quevedo: En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada). Sí, ante la falta de argumento, seguimos echando de menos esas narraciones de la ilusión.

Y entonces te encuentras con una película como Despedidas, de Yojiro Takita, Oscar a la película en lengua no inglesa 2009, donde no hay que llevar gafas 3D, ni el carnet de ninguna ideología política en el bolsillo, ni el deseo a flor de piel. Donde la muerte aparece representada como una realidad capaz de avivar la vocación a la vida del protagonista, que deja su carrera de violoncelista y se mete a amortajador; capaz de activar sus talentos creativos –incluso los musicales-, de dar la vida a los demás, de encender la esperanza en una vida más alta que ya ha comenzado en ésta. Donde la muerte es el gran dinamizador de la vida, vista como el gran argumento, sin efectos especiales, pero –en feliz frase de Carlos Rodríguez Morales- con afectos muy especiales: los de cualquier persona ilusionada.