"No estás acabado, mientras tengas una buena historia, y alguien a quien contársela", repite Novecento a su amigo Max, a lo largo de La leyenda del pianista en el océano, de Giuseppe Tornatore. En parte, esta afirmación expresa una gran verdad, si lo vemos en negativo: estás acabado cuando no tienes ni una buena historia, ni alguien a quien contarla. Pero, ¿qué es tener una buena historia? ¿dónde está la bondad, la calidad de la historia? Ese “estar acabado” no refiere al fracaso de un status dentro de un mundo de escritores profesionales; a través de todo lo que hemos visto en la película –y lo que podemos esperar, por nuestra capacidad de seguir historias-, llegamos a entender que el narrador implícito se está refiriendo a la vida, en su sentido total. “Estar acabado” significa fracaso vital, el fracaso en el ejercicio de contar historias en la vida, para la vida y en última instancia, de contar la propia vida como una historia.
Que la vida sea una buena historia es algo que una tradición que parte de Aristóteles y llega hasta Paul Ricoeur, Julián Marías y Alasdair MacIntyre, nos ha enseñado a reconocer. La calidad de la historia tiene que ver en buena medida con el fin, el bien que persigue esa historia/vida, y con el arte/virtudes que se ponen en juego para conseguirlo. El bien finaliza, le da un fin y una razón de ser, a la historia –no se trata de estar acabado, sino de estar finalizado-; y alguien a quien contarla se convierte en el acontecimiento fundamental que la hace progresar, con quien encajar la trama de la historia en una historia común, incluso ese alguien puede ser el mismo bien/fin de la historia.
Tener historias, contarlas a alguien puede ser un planteamiento demasiado estático. La dignidad personal pide una orientación más dinámica y cooperativa.
Me gustaría reformular la afirmación de Novecento: No estarás acabado mientras tu vida sea una buena historia y haya alguien con quien contarla.