I.
Tengo la alegría de comunicar que acaba de salir esta antología-traducción de poemas de William Wordsworth que he preparado para La Isla de Siltolá. En mi caso, Wordsworth es una de esas afinidades que se contraen sin saber exactamente por qué, pero que quedan en el tiempo. Eliot no se llevaba muy bien con él, pero yo tengo amigos en todas partes.
II.
Me gustó su devoción a la naturaleza, en la que ve una guía para lo ético, lo estético y lo trascendente; su apasionamiento y su mirada hacia la gente sencilla del campo; su modo de tomar juntas la narrativa, la dramática y la lírica; su entendimiento creativo de la memoria; su espíritu independiente y despierto para lo nuevo; su evolución personal, desde una sentimentalidad revolucionaria en la juventud hasta la postura más serena y sabia que reconoce la necesidad de las instituciones; su deseo de bien, verdad y belleza... Su definición de la escritura poética como "emoción recogida en la tranquilidad" puede ser merecedora de críticas, pero dice también una agradable y consoladora verdad.
III.
Ha sido un fascinante ejercicio de traducción, años de llevar los textos al taller del orfebre, de sopesar adjetivos, sílabas, conceptos, como gemas que hacen valer su peso en el hueco de la mano, y su brillo y sus luces; que hechizan, pero aún más la joya compuesta que se tiene en mente, y hacia la que va cada toque de raedor, cada pasada de lima. He querido entregar poemas. Querido. Con todas las decisiones y apuestas que eso incluye. Lo cuento en el prólogo.
IV.
Es una edición que, más allá del aparato crítico, quiere facilitar el disfrute de la lectura poética. El Turner de la portada creo que refleja bien el mundo y la mirada de Wordsworth. Otro libro de La Isla de Siltolá, como siempre, tan exquisita; y gracias a la paciente y devota dedicación de Javier Sánchez Menéndez a la poesía, y que hace que Siltolá sea sin duda alguna esa auténtica isla lírica en un océano de urgentes prosas.