I.
Dice Enrique Baltanás que “hay tres clases de personas: no
fumador, fumador y ex fumador. Pero todos tenemos una historia personal con el tabaco, y cada cual
cuenta la feria como le va". Yo viajo en la primera clase; si bien, por
esa identidad narrativa nicotínica, esa historia personal con el tabaco que
todos tenemos, forzosamente hube de tener mi encuentro —desencuentro— con el
ente de humo. Fue una fugacísima aventura de niño, veraniega, entre los
amigotillos díscolos del lugar, que bajo las pinochas de una pinada, envolvían
y soterraban un paquete de chester mentolado. “Aaaj”, todavía me recuerdo
haciéndole ascos. “¿Pero esto…?” Salvé la menta, que efusivamente saludo cuando
me la encuentro de consustancia en un After Eight. Y lo demás es humo. (Bueno,
siendo totalmente sincero, me he dado varias oportunidades con la pipa, pero la
llama de la pasión nunca llegó a prender).
II.
Novela de arqueo vital (personal, matrimonial, ideológico,
político…) nel mezzo del cammin… Y el balance para Julián Arjona —el
protagonista, que ejerce de primera persona narradora— no es precisamente
positivo. El entusiasmo utópico de la contestación marxista-leninista
universitaria (con su inversión de valores) en los años previos a la Transición
viene a ser el paquete de tabaco recién abierto… que tras los años, y en el
momento de la escritura, se certifica como claramente agotado. Y en ese arqueo
el humor y la ironía van a ser el Virgilio que conduzca entre los humos
infernales de la narración, en busca de un paraíso. Humor e ironía para templar
—pero no invalidar— la crítica constante: el narrador implícito va componiendo
el entreverado de razonabilidades y despropósitos que manifiestan el propio y
desorientado Julián, su ex pragmática, chaquetera y socialdemócrata Mayte, su
médico Salvador —ironía— con sus cultas justificaciones para sus curiosas
posturas filosóficas y religiosas, el camaleónico Pepín…
III.
Ante el naufragio y la pretensión de que aquí no ha pasado
nada, Baltanás y Arjona parecen querer retener una higiénica cordura; y de este
modo, el tono y la pretensión de la novela no es de lúdica parodia (solo). No
es el autor un postmoderno. Quizás, precisamente, se trate de no caer ahí, de
que el humor en semejantes asuntos no sea simplemente humo/r. Este humo/r no nos trae en anexo una teoría de la liquidez y liquidamiento del sujeto, de la
historia y bla, bla, bla. Es verdad que no parece emerger ninguna posición fuerte tras el arqueo y
desecho de muebles desportillados. Pero aquí y allá, el autor va dejando caer
algunas certezas, o semicertezas con que reconstruir desde este grado cero vital
alcanzado: la sinceridad de unas lágrimas que no consiguen salir y de una
sequedad interior frente a lo que murió, el Sentido Común, el reconocimiento de
las pequeñas realidades que sí hacen la vida más humana, la narratividad de la
vida que parece comprehender la esperanza en un futuro, una vez aprendido lo
aprendido…
IV.
Novela que se beneficia del poeta que es Enrique Baltanás;
en la que “tabaco”, “humo”, “fumar” son términos exprimidos en sus
significados, y multiplicados en su posibilidad simbólica, en sus aperturas al
guiño cómplice al lector. Otra tramoya sabiamente urdida es la ordenada presentación
de los diversos ámbitos de desconcierto, que son los de toda una generación:
ideológicos, sentimentales, sexuales (aquí me pareció un tratamiento un tanto
reiterativo y descarnado). Y, desde luego, la novela se beneficia del vasto y
curioso lector con inquietud literaria, filosófica y metafísica, que es su
autor: los diversos debates presentados, intencionalmente inconclusos, revelan
una claridad de análisis nada enturbiada por cualquier moda postmoderna de
anteayer.
Bajo el manto de la sonrisa irónica, queda el ambiguo final
de la vida de Julián Arjona y de la novela: no porque “continuará”, sino porque
el último paquete de esa vida —¿ya finalmente sin humos?— se esfumó, dejándonos
la literatura para seguir interpretando y proyectando la propia vida.