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¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 24 de abril de 2015

Motivos personales, de José Luis Morante: cuatro notas de lectura





I.

Al remate de este catarro que me dura ya demasiado, pergeño estas notas a los Motivos personales, de José Luis Morante. Cuando te encatarras -a mí me ocurre-, todo se achica, multiplica, enrevesa y amogollona; y al torpor racional, la mesilla de noche se abigarra de objetitos dejados por los mil cuidados y por la vida, siempre celosa de su cotidiana ración de obligaciones -te encuentres como te encuentres-. Paciencia. Cabría considerar a este curioso decantado una carnavalesca Crítica de la razón dormida. Y aquí viene el libro de aforismos de Morante: un aforismo es ese aprieto del pensar largo traído a un dedal, ese pensamiento transfigurado a cosa, cosita. Y así, algunos de estos Motivos personales hasta quedan como un objeto vibrando por mi cabez(er)a.


II.

Los hay como este, con el que a modo de estandarte pienso entrar en mi próxima clase del Máster de Escritura Creativa:

ARTESANÍA. Taller de autor. Cálculo técnico. Ebanistería que los románticos llamaron inspiración.

O este, para cuando nos pongamos el delantal:

INÉDITOS de textura adiposa. Necesitan una dieta adelgazante.

Textura, texto de paladeo grasiento, párrafos de compleja digestión. Henry James decía que en arte, la economía es belleza. Y, añado, en la cocina de la escritura, es salud para todos. 

O este, otra brújula impagable:

LOS textos literarios deben transmitir la fortaleza de una cristalización repentina.

Otros me dan para un enjundioso diálogo:

AL argumentar sobre el autorretrato, José Ángel Valente anotó: "El sí mismo solo es visualizable por oposición al otro".

Pienso que la sombra de Saussure es tremendamente alargada, todos los filólogos llevamos algo ginebrino en el ADN -alcoholes aparte-. A mí me gusta ir de la oposición bipolar al encuentro dialógico, allí las imágenes se vuelven dinámicas. Y redescubrimos la temporalidad. Creo que esto daría para una convergente conversación con el autor. 


III. 

Morante bien sabe del visaje moral del aforismo, porque del rozarse de la vida viene y a ese roce retorna, y raspa ahí su fulgurante cerilla contra la cerrada oscuridad:

FRENTE al tirano, la solemne grandeza de Antígona: "Yo no he nacido para compartir el odio, sino el amor".

Que, por cierto, reanima un estimado recuerdo de lectura. O:

LOS escritores de aforismos son moralistas utópicos, empeñados en la corrección de comportamientos ajenos.

Sí, pero la brevedad los redime y civiliza. Tan comprimidos van los aforismos, que integran su propio prospecto: etiología, tomas, contraindicaciones, cortesía y respeto. 


IV.

En algún momento, al pensar en esta serie de aforismos, me he figurado todo lo que habrá descartado el autor (ideas, palabras) para llegar a estos epigramas, estas justezas, este pensar miniado: me he imaginado una montaña de virutas, y he pensado en el generoso derroche que es el arte, y he visto un frondoso roble que, bajo las idas y venidas del cepillo ebanista, resulta al fin un estilizado palillo. Ese que llevar entre los dientes, mientras rumiamos una verdad, una belleza. Nada más, nada menos. Menos es más. Qué bien. Menos mal.