El Campo de coles,
con sus repollos bajo el sol, sus distintas glebas picadas de siena y violeta, como
mojadas de claridad, y su senderillo sofocado casi entre las parcelas, venido
desde la arboleda de atrás, de abetos y plátanos encumbrados, de frondas
amarillentas en los contornos, me recuerda esas impresiones de la infancia que la
memoria envuelve en su vaho; impresiones de arboledas magníficas, masas de
verdor que se hacen presencias primeras, originales, en la intimidad del niño;
aires y ámbitos en que se vive sin advertir, signados de un silencio insondable.
Palabras, pobres palabras; contraseña ya imposible.
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