AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



sábado, 17 de abril de 2010

Leer el vértigo

Qué lejos quedan las palabras de las cosas. Me he acordado de un comentario de Luis Alberto de Cuenca sobre el tremendo laconismo de César en este texto del final de La guerra de las Galias:
Ipse in munitione pro castris consedit; eo duces producuntur. Vercingetorix deditur, arma proiciuntur.
(Él mismo se sienta en las fortificaciones frente al campamento; allí son llevados los jefes. Vercingetorix se entrega, las armas son arrojadas a sus pies).
Tras todas las vicisitudes, tras todo el desfile de personajes vivos y muertos, al final de toda esa narración de ocho años de guerra en las Galias, culminada en la derrota de los galos y la rendición de Vercingetorix, viene esa docenita de palabras más una. ¿Cómo no sentir un fuerte empujón en la espalda, este frenazo estilístico que nos clava en tierra, mientras la inercia nos lleva a querer ver más? El latín, mucho más que el castellano, genera esta potencia vertiginosa.
También –aunque por motivos no enteramente coincidentes- lo experimentamos al leer el Evangelio de Lucas, 2, 7:
Et peperit filium suum primogenitum; et pannis eum involvit et reclinavit eum in praesepio…
Si con nuestra sensibilidad de hoy pudiésemos ir a Alesia, o a Belén, querríamos  rellenar con palabras el gran hueco del misterio y de la grandeza. Pero al final, ¿qué ganaríamos si lo empalabráramos? 
Y sin embargo, las palabras son ese único puente, humilde y precario, hacia lo que nos trasciende.