Ahora mismo está todo en la nevera. El cuaderno de Florencia, con sus tapas rojas, reposa en silencio. No sé cuándo vendrá el momento de sacarlo.
Ahora, vuelto a las obligaciones, tengo motivos de sobra para no abrir la nevera. ¿Qué ocurrirá cuando vuelva a las anotaciones de entonces? El hecho me infunde cierto respeto y cierta emoción. Lo que ahora son imágenes en la mente, o fotografías hechas por un amigo -me resistí a fotografiar nada-, palidecerán cuando lea lo que escribí. Vendrá la descongelación y me encontraré con aquel yo, aquel amigo. A partir de una frase breve, de una serie de palabras garabateadas con prisa, se levantará cálidamente la cúpula del Duomo, notaré el empedrado inseguro de la strada di San Gallo, tantas veces caminada, hasta el Baptisterio, y vuelta. Recuperaré mi Florencia. Me recuperaré.
Y después vendrá la escritura..., donde acabaré de ver lo que vi, porque nunca se acaba de ver nada de una sola vez. Porque ver, ver de verdad, no se da sin un pre-ver y post-ver. Por eso hay quienes ven muy poco.
Una palabra puede valer más que mil imágenes, si es una palabra anotada desde la intimidad. E igualmente un clic fotográfico. El secreto, como siempre, está en saber mirar.