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T. S. Eliot, Coros de La roca, I



jueves, 10 de enero de 2013

Las palabras de la noche, de Natalia Ginzburg: cuatro notas de lectura


I.
Los Reyes me han traído dos libros de la Ginzburg: Las palabras de la noche y Léxico familiar. Le había leído ya Nuestros ayeres, La strada che va in città, Las pequeñas virtudes y algún cuento. Nuestros ayeres, lo primero que le leí, me impresionó con fuerza, es un libro que conmueve; y con él conocí ese modo tan personal de narrar.

II.
Otro día comento Léxico familiar, de Las palabras en la noche descubro otra vez esa estructura de crónica de familia: en las narraciones de Ginzburg, sobre todo, les pasan cosas a las personas. El tiempo va trayendo novedades, y los personajes van encajándolas como pueden. Hay perspectivas temporales dilatadas, y vamos leyendo los vaivenes, los cambios, las leves permanencias. Lo superficial, lo hondo, el chiste, la tragedia, queda igualado en una sintaxis aparentemente sencilla, como al albur del tiempo, que no parece distinguir sentido. Todo va, va, va. 

III.
Las palabras de la noche cuenta muchas cosas, cosas que les pasan a unos jóvenes burgueses italianos, que van dejando de ser jóvenes en la posguerra de la II Guerra Mundial. Los personajes van buscando sus pasiones políticas, profesionales, sentimentales a menudo haciendo daño y haciéndose daño. En los zigzags del sentimiento, va decantándose una tristeza de falta de sentido vital... Ginzburg no apunta una posibilidad de salida, ha elegido fijar ahí el foco de la narración, y la falta de generosidad ética se va comiendo a los personajes. Se me hace muy presente la opresión de la inmanencia de la vida, el peso de los mil cuidados del vivir cotidiano -con sus pequeñas sorpresas, a veces- cuando no hay un sentido trascendente. Al final, la levedad es lo más pesado. Aunque Ginzburg lo sazona con un narrar que acaricia, y a menudo lo dulcifica.

 IV. 
Lo que siempre he valorado de Ginzburg es el estilo: la plasticidad de los detalles, la pedagogía del ver lo cotidiano, la economía de lenguaje y el potencial de sugerencia, la delicadeza para presentar con pocas palabras a un personaje en un momento determinado de su vida, la mirada comprensiva hacia los sufrimientos, la voluntad de mostrar luces y sombras sin juzgar... está todo, casi todo... pero me sigue pesando esa tristeza dulcificada de las palabras del contar la vida, cuando ya ha atardecido y viene la noche. 

(La traducción, de Andrés Trapiello, un placer)