Yo solo he ido a hacer fotocopias, pero estas cosas, ya se sabe. Para que luego alguien diga que lo ideal sería tenerlo todo controlado. Y todo es todo: de un modo particular a los demás, que son los que pueden darnos sorpresas negativas. Pero yo no quería ir por ahí, ahora.
Lo que he visto es un aspecto de la identidad narrativa, porque hace dos días di una charla sobre educación estética a los padres de Primaria del colegio Turó de Tarragona, y el asunto todavía colea. Ahí va: en las sociedades y culturas muy desarrolladas, donde se tiene prácticamente todo al alcance de los deseos más inmediatos, al niño se le atrofia el sentido narrativo de la vida. Solo cuando tienes necesidades, proyectas. Eres imaginativo: fijas la meta, prevés dificultades, modos de resolverlas. El niño satisfecho es el más insatisfecho, busca lo inmediato, y el aburrimiento es su mortal enemigo: una cosa sustituye a otra, indefinidamente... No hay narración.
En cambio, el niño que no tiene apenas medios, está condenado a la imaginación, al proyecto. Y cuando consigue una meta, busca desde esa altura otra más alta. La narración genera una escalera de narraciones, ascendente.
El niño opulento está encerrado en el eterno retorno. El niño necesitado no deja de ascender, narrativamente.
Pues esto es lo que se me ocurría en la cola de la fotocopiadora, esta mañana. Si sirve...