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¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



jueves, 1 de agosto de 2013

La lección de August, de R. J. Palacio: cuatro notas de lectura


I.
Ha sido una grata sorpresa. Hacía mucho tiempo que no leía de un tirón. Me habían recomendado este libro, me lo encontré en casa de unos amigos, al penúltimo día de mi estancia, y pensé: “A por él”. Y ya no pude parar. Es verdad que al principio me costó leer con fluidez: no acababa de darle el crédito que todo libro te pide al inicio. Al inicio suele abrirse un periodo de negociación entre tus expectativas y lo que el libro va aportando. Pero el algún momento, esta historia de un niño con deformidad craneal severa que comienza a ir al colegio y lo que allí ocurre, sobrepasó mis prejuicios, y desde ese momento no paré.

II.
Es grato de leer, y en muchos momentos, divertido. La diversidad de narradores le da aliciente, los abundantes diálogos caminan con soltura, los personajes son simpáticos, y los distintos caracteres están bien perfilados en sus modos de expresión. Uno de los pactos que te propone el libro es que aceptes que un niño de diez años pueda redondear de un modo tan cabal las cuestiones que piensa, o argumentarlas con esa perspicacia… pero el arte siempre trabaja con condicionantes de este tipo, lo importante es que se note lo menos posible; y aquí me parece que se consigue de un modo más que aceptable.

III.
Casi como un ameno documental, poco a poco se va mostrando la complejidad sentimental y moral de las relaciones humanas que se tejen alrededor del problema de August. Pero lo más interesante es cómo la novela lleva a los personajes —y al lector— de una actitud inicial, a otra totalmente distinta. En palabras del filósofo Gabriel Marcel, del problema al misterio: de una causa de incomodidades para todos los personajes, a la que se le han aplicado todas las “soluciones” posibles para controlarla y neutralizarla; se pasa a otra situación en la que se descubre que, en el fondo, aquello era otra cosa, algo precioso… o al menos encerraba la posibilidad de serlo. Como el amor, como la muerte, como el dolor… que siguen burlando a todos los que piensan que se trata de problemas pendientes de una solución “técnica”. Al final de la novela, los personajes han sido capaces de hacer ese ascenso de nivel: el director de secundaria, Traseronian, agradece a August el hecho de que sea como es, por la mejora que ha supuesto en las vidas de los demás; está afirmando esta profunda fuerza humanizadora de los supuestos problemas, o escondidos misterios.

IV.
Palacio conoce bien el problema del que habla, y por lo tanto, conoce también su misterio escondido. Aquí está mi agradecimiento por ayudarnos a los lectores a conocer la diferencia, y el camino que lleva del uno al otro; y por dar voz a quienes no tienen voz en la sociedad. A los que hoy y siempre, seguirán iluminando con el misterio de su debilidad este mundo de fuertes que quieren convertirlo todo en problemas.