I.
Ha sido una grata sorpresa. Hacía mucho tiempo que no leía
de un tirón. Me habían recomendado este libro, me lo encontré en casa de unos
amigos, al penúltimo día de mi estancia, y pensé: “A por él”. Y ya no pude
parar. Es verdad que al principio me costó leer con fluidez: no acababa de
darle el crédito que todo libro te pide al inicio. Al inicio suele abrirse un
periodo de negociación entre tus expectativas y lo que el libro va aportando.
Pero el algún momento, esta historia de un niño con deformidad craneal severa
que comienza a ir al colegio y lo que allí ocurre, sobrepasó mis prejuicios, y
desde ese momento no paré.
II.
Es grato de leer, y en muchos momentos, divertido. La diversidad de narradores le da
aliciente, los abundantes diálogos caminan con soltura, los personajes son
simpáticos, y los distintos caracteres están bien perfilados en sus modos de
expresión. Uno de los pactos que te propone el libro es que aceptes que un niño
de diez años pueda redondear de un modo tan cabal las cuestiones que piensa, o
argumentarlas con esa perspicacia… pero el arte siempre trabaja con
condicionantes de este tipo, lo importante es que se note lo menos posible; y
aquí me parece que se consigue de un modo más que aceptable.
III.
Casi como un ameno documental, poco a poco se va mostrando
la complejidad sentimental y moral de las relaciones humanas que se tejen
alrededor del problema de August. Pero lo más interesante es cómo la novela
lleva a los personajes —y al lector— de una actitud inicial, a otra totalmente
distinta. En palabras del filósofo Gabriel Marcel, del problema al misterio: de
una causa de incomodidades para todos los personajes, a la que se le han
aplicado todas las “soluciones” posibles para controlarla y neutralizarla; se
pasa a otra situación en la que se descubre que, en el fondo, aquello era otra
cosa, algo precioso… o al menos encerraba la posibilidad de serlo. Como el amor, como la
muerte, como el dolor… que siguen burlando a todos los que piensan que se trata
de problemas pendientes de una solución “técnica”. Al final de la novela, los
personajes han sido capaces de hacer ese ascenso de nivel: el director de
secundaria, Traseronian, agradece a August el hecho de que sea como es, por la
mejora que ha supuesto en las vidas de los demás; está afirmando esta profunda
fuerza humanizadora de los supuestos problemas, o escondidos misterios.
IV.
Palacio conoce bien el problema del que habla, y por lo
tanto, conoce también su misterio escondido. Aquí está mi agradecimiento por
ayudarnos a los lectores a conocer la diferencia, y el camino que lleva del uno
al otro; y por dar voz a quienes no tienen voz en la sociedad. A los que hoy —y siempre—, seguirán iluminando con el misterio de su debilidad
este mundo de fuertes que quieren convertirlo todo en problemas.