I.
Dostoievski: has de aguantar las 150 primeras páginas, hasta la
bomba, el hachazo, el rotundo bofetón… luego ya no podrás dejarlo. Pero sí, 150
páginas de una retahíla de personajes que son aludidos de tres modos distintos:
su nombre de pila, su apellido, su nombre familiar, y a veces su posición
social, rango militar o cargo profesional. Hago muchos actos de fe cuando leo a
Dostoievski: “Bien, de nuevo no sé quién es Ivan Fiedorovich, pero ya me dará
la pista la situación o algún personaje; continuemos, la bomba va a estallar”.
II.
Dostoievski: el psicólogo de la modernidad enferma. Hurga,
hurga… No es fácil ver en la penumbra, como el príncipe Michkin y Rogochin al
final de El idiota, entre las tinieblas de la habitación… Trama, carácter, observación, complejidad,
finura moral, extremosidad, visión, visiones, trapisonda, melodrama, sorpresa, malestar,
conciencia… Apuntada toda esta maestría, El idiota me resulta algo ramplón
en modos de contar, no hay “estilo” que te acaricie mientras lees: la máquina
del suspense y esas sobrias pinturas expresionistas a bocajarro moral cumplen casi toda la eficacia narrativa, aunque durante páginas transmita el tacto de un papel de lija (pero, bueno, como no leo ruso, esta nota queda en su
expuesta vulnerabilidad).
III.
“…los hombres de entonces no se parecían en nada a los de
ahora. No, no eran de la misma raza. Nuestra naturaleza es muy distinta.
Entonces la gente sólo tenía una idea. Hoy somos más nerviosos, más
evolucionados, más sensitivos, tenemos dos o tres ideas a la vez… El hombre
moderno es más amplio y, se lo aseguro, ello le impide ser de una sola pieza,
como eran sus antepasados.”, dice el príncipe Michkin. Sí, somos dispersos y multitasking,
seguramente eso incapacita para acometer empresas relevantes. ¿No andamos todos
haciendo muchas, demasiadas, cositas? ¿Miedo al compromiso, la entrega, a la
profundidad? Pero, son los tiempos, se trata de unificar lo diseminado -qué tiempos tan artísticos-. Quizás los hombres modernos que somos estamos obligados a un esfuerzo mayor, o de otro tipo. Digo yo.
IV.
Ah, Michkin… qué enigma de personaje, atractivo, imposible,
trágico, idiota ciertamente; quizás el espejo cóncavo que una sociedad
convexamente deformada necesite para despertar.