I.
En una clase del máster de escritura creativa estuvimos jugando con inicios de narraciones. Una alumna indicó que uno de aquellos arranques podía ser de Conrad. Me quedé quieto como goleta en estuario. "Um, Conrad... tiempo hace que no vuelvo a ti". Es uno de mis novelistas de cabecera, y sin embargo, dónde ha andado mi cabeza estos últimos meses... Sí, podía ser de Conrad, aunque se trataba del inicio de Bailén, de Pérez Galdós: ese antiguo soldado batallitas que exulta en su recuerdo de cuando las pezuñas del caballo de Napoleón le magullaron el brazo en el pandemónium de la batalla de Austerlitz. En este caso, Galdós es más audaz que Conrad porque le pone el micro al viejo militar sin mediar ningún narrador. Y ahí va "in medias res", o como decía con mucha guasa otra alumna del máster el año pasado, "en medio de la vaca".
II.
Conrad no se priva de una introducción, de una consideración hacia el lector, a quien hay que ponerle el estribo para que suba. Y así me lo puso en El alma del guerrero. Conrad tiene las maneras del XIX, delicadeza, retinas empañadas de nostalgia, voz impostada de personaje teatral, como quien te dice: "Bienvenidos a este otro mundo de cosas graves, con peso, con importancia... aunque con poco apaño".
III.
Cuánto me recordó El alma del guerrero a Lord Jim aunque la primera apareciera quince años después: es el mismo héroe romántico: joven, idealista, apasionado... y el mismo sino de estos muchachos. Conrad es un romántico tardío, uno de los últimos caballeros en medio de un mundo materialista, y sus héroes llevan esa mirada hacia atrás, hacia un mito, un lugar ideal, fuera o antes de este mundo.
IV.
El dilema moral, resuelto a la romántica, deja al pobre chico Tomasoff un poco a lo Million Dollar Baby. Qué desastre, la guerra.