Tallos, JM Mora Fandos, lápiz y acuarela sobre papel
Se dice que unas buenas lecturas canónicas -Cervantes, Galdós, Delibes...-, son esenciales para aprender a escribir. Yo también se lo digo a mis alumnos. Lo que va siendo hora de decirles es lo que aprendo yo al leer los textos que escriben.
¿Qué se puede aprender de quien quiere aprender? Lo primero es evidente: su deseo de aprender, algo que nunca puedes dar por supuesto en ti -ay del día...
Y, desde luego, otras sensibilidades: cada hombre o mujer es una mirada distinta, un enfoque diverso... ¿y qué es un relato sino un enfocar?
Por no hablar de una perspectiva privilegiada: la borrosidad con que el escritor se mira a sí mismo, el polvo que levanta, el humo que hace en su taller, son tales que no le es fácil rodearse y verse desde fuera. En cambio, en el texto del alumno estás fuera y ves la distancia entre lo que se intenta y lo que se consigue; lagunas... Te enseña una falsilla para ganar esa distancia contigo mismo, ese desdoblamiento necesario.
Pero dejo lo mejor para el final: hay verdaderos hallazgos, metáforas, ritmos, sugerentes finales de párrafo, puntuaciones expresivas, estructuras firmes y complejas, milagrosas condensaciones como gotas de rocío que, sin advertirlo, reflejan en su diminuta bóveda cristalina todo un firmamento...