I.
Ya me sorprendió Dura seda, el último poemario de Juan Peña; y ahora me alegra esta bella antología de Siltolá: La misma monotonía. En Dura seda -recogido aquí- vibraba el trabajo del orfebre; y lo que la antología revela es que aquel hacer venía de lejos. Creo que en poesía, los finales de los 80's y los 90's tuvieron a esta ladera de los Pirineos un efecto al menos positivo: pusieron a mucha gente a medir sus propios versos, a leer, a leer, a leer las tradiciones clásicas, a conversar con los poetas muertos -aunque sin club, y sí taller-, y a aprender con reverencia y sudor un oficio en la vida -del arte-.
II.
Y ahora tenemos antologías como esta, representativas de una trayectoria muy estimable, que atestiguan haceres sólidos y curtidos. Desde La edad difícil (1985), donde hay esa confesión en alta voz, con esos procedimientos de autoironía, de distanciamiento del poeta consigo mismo -de los que también usaban Carlos Marzal y otros de la misma generación-; hasta poemas más cercanos al ahora, menos escenográficos, más despojados, pero igualmente fieles "a lo que aparece", cribado por una voluntad estética y razonadora del sentido.
III.
Me ha gustado la aliteración en el título, solidaria con el sentido del paso del tiempo, el volver de las horas; y el reencontrar rasgos que ya me habían reconfortado en la lectura de Dura seda. Valga como botón de muestra esta segunda estrofa de 'Un viejo vuelve al sur':
Y en invierno veré llover,
y encenderé en la noche
esta ruinosa chimenea:
la casa caldeada al fuego de la leña,
y un silencio dulcísimo de crepitar de llamas.
Fuera acampará el frío,
arreciará la lluvia,
y llamará a la puerta algún fantasma.
¿Que qué tiene de especial? No es fácil decir: esa musicalidad que hacen sonar quienes llevan muchos años acariciando las teclas de su instrumento: inefable, por las finas intuiciones que han mezclado en una particular armonía; la densidad -no abstracta- de las vivencias traídas al arte, lo de siempre y la sorpresa de hallarle un pulso distinto; y la libertad creativa de una imaginación fiel -como un buen traje de sastrería- a la vida misma.
IV.
La antología se cierra con poemas traducidos. Soy de la opinión de que si se traduce poetas románticos, el valor buscado, la virtud inscrita en el organismo del nuevo poema sea la elegancia: el corte de los versos, su cadencia como la caída de la prenda bien ideada y tejida... Y qué traducciones más elegantes aquí, las de Hölderlin, Keats, Leopardi... Y luego Yeats, Baudelaire, Kipling... La pasión por la eternidad mediante el arte, el estoicismo ante el paso de los días, el después -nostálgico- de todos los epicureísmos, quedan atemperados por el verso elegante, sólido, de Juan Peña.