Elmore Leonard aconseja nunca utilizar un adverbio para modificar el verbo 'dijo':
"-dijo suavemente/con rapidez/cansado/con un deje de escepticismo..."
Bien, me parece muy sensato. Hay ocasiones en que no seguir esta regla denota poca confianza en las palabras, en el lenguaje, en el lector... y lo peor de todo es que podemos incurrir en ello por puro atolondramiento, por cliché, por pensamiento pre-pensado, por contaminación ambiente...
Pero hay otras en que puede ser inevitable saltársela, bueno... si uno ha intentado evitar este recurso, si ha impreso en el lenguaje todo lo que sabía y podía, para dotarlo de esa afectividad, temperatura anímica, paleta circunstancial que la escena, la intervención del personaje requerían; si pese a todos los intentos, es inevitable, entonces es bueno.
No es correcto andar criminalizando categorías morfológicas: "¡Huye de los adverbios!", "¡Sacrifica los adjetivos!", ni que la literatura fuera Moloc, y Hemingway su profeta. Con todos mis respetos a Hemingway y a su larga estirpe. Hay muchas estéticas. Lo que puede abundar menos es el buen juicio, y abundar más las prisas y la necesidad de vender hamburguetura.
En La mujer nueva, Carmen Laforet escribe:
-¡Paulina! -la voz sonaba desesperada-. No sé si te burlas de mí o es que no entiendo.
'desesperada' atañe tanto a 'voz' como a 'sonaba' -y aquí hace función de adverbio-; un predicativo, vamos, de los que utilizamos todos los días, pero del que desconocíamos su etiqueta lingüística -ay, qué bachilleratos, que nos han hecho aborrecer y olvidar lo que tan bien nos vendría para explicarnos tantas cosas...-; y es difícil expresar que sonaba desesperada la voz, simplemente con los magros palillos de admiración -¡lo admirable es que aspiren a expresar todo el inabarcable abanico de matices de la admiración!-.
En fin, cuidado con las consignas partisanas para la escritura, con los arrestos dogmáticos de ciertos progresismos de escritura pret-a-porter... si uno no quiere, simplemente, freírse un par de hamburgueturas.