Toda la mañana, la luz ha pasado lenta.
Como por un tamiz. Los domingos tienen un segundo cuarto amable, al menos así lo
esperas. Este, lo cruza una llovizna sutil, y sin embargo suena seco. No se
escuchan los retazos de conversación, ni las instrucciones del monitor de
aerobic en el río. Lo he dejado todo sobre el escritorio, y he tomado la
gabardina.
En el cauce seco del río apenas resuenan
los gritos de los futbolistas; hasta los pocos perros se guardan sus ladridos,
todo llega ensordinado. Escucho un minué de Bach. Los pinos guardan su
orden habitual, también la perspectiva del paseo o las sucesivas calles de
tierra. En el estanque, unos pocos patos de cuello verde eléctrico se reparten sobre los
muretes de la orilla, otros avanzan lánguidos por el espejo del agua turbia. Un dos tres, un dos tres, ajusto el paso al compás, se desvanecen
algunos pensamientos, es agradable pasear por aquí. Pienso que solo faltaba yo, que tendría que escribirlo.