I.
Dos líneas apresuradas sobre nuestra posmodernidad la
describirían como el todo vale, la ironía total y algún otro rasgo trasgresor… Pero podrían olvidar que no es más que otra tradición, con sus mediadores, dogmas, ritos e
instituciones -qué terquedad esta la de la vida, que termina convirtiendo en una
nítida fila/filia hasta los filos más cortantes e impíos-. Siendo honestos con
la realidad, posmodernidad también es Áspera
nada, de Juan Meseguer. Trae a la contrastante polifonía de nuestros días una tradición sapiencial y una sensibilidad de miles de años. En nuestra libre
concurrencia de discursos, el reconocimiento de una voz no viene de la ausencia
de raíces o de una refinada ironía sobre todas las cosas, y después de mí, el diluvio; viene –entre otras
razones- de lo que le pusieran en el hatillo sus mayores, su provisión de ecos,
su potencia, pero solo en cuanto bien actualizada. Y mi opinión es que las mejores voces son las que aportan al todo-al todos heterogéneo en que vivimos, sin renunciar a su filiación; sea poética, política, ética, espiritual... Se trata de aportar con generosidad.
II.
Meseguer se ha esforzado por una puesta al día de las
tradiciones morales y textuales de los profetas bíblicos y de los salmos. Muchos
de sus versos me recuerdan al empeño análogo y a algún verso de La tierra baldía, más a los Cuatro cuartetos, pero sobre todo al Miércoles de ceniza, de T. S. Eliot. Estilo
profético: los elementos naturales representados –la roca, el trigal, el
volcán…- no aparecen capaces de ilusionarnos con sus valores sensoriales, sino
siempre en su fuerza simbólica; imprecaciones, ironías lacónicas… esta voz dice que el tiempo apremia, que hay que atender la llaga esencial bajo la mortaja
perfumada. A mi gusto, una voz necesaria, una espuela en los ijares del mainstream.
III.
Concisión cortante en el verso, tensión represada. Y un
buen ritmo, para decir los versos en voz alta, para el epigrama admonitorio que
ha reflexionado a fondo y viene con sus imágenes particulares y líricamente eficaces:
La luz de las
aristas no es más dura
que la del corazón a
medio hacer.
IV.
Libro áspero, del desencanto radical con las
hipocresías de la condición humana; desencanto que no queda aparcado en
nostalgia, sino apuntando al dolor moral que desnuda y prepara para la llegada
de la gracia, de la liberación interior. Hay progresión espiritual, desde la denuncia individual y
comunitaria –de la que no se autoexime la voz de los poemas- hasta el cara a
cara con Dios, la súplica, la apuntada esperanza. Pero solo apuntada, porque la
unidad temática y anímica es sostenida para reflejar este duro momento vital. Que pide
otro. Se verá.