I.
Este
año, el poemario Las propiedades del aire
vio la luz al recibir el premio Unicaja. Pasaban los meses y quería yo ponerle
unas notas. Se me terminaba el tiempo, como a tantos poemas del libro, porque
va del paso del tiempo, y quizás también del vaso del tiempo, donde queda y se
precipita lo que no es solo el turbión de los minutos. De eso, algo de eso, va
el libro. Comenzando por esa disposición progresiva —que progresista no; Baltanás
y yo nos entendemos— de los poemas en una línea lumínica: de oscuridad cerrada
a atardecer sereno, con refulgencias que conmueven. La luz del misterio y el
misterio de la luz.
II.
Las propiedades del aire trae una
propiedad legítima, la de la emoción poética: por humana y por poética, valga
la tautología. Qué le vamos a hacer, los hombres y mujeres se emocionan —quizás
he transgredido algún código cultural o el dogmatismo de la sospecha—, y nada
grande —ni aun mediano— se ha vivido o padecido sin emoción. El poemario de
Baltanás me ha hecho recordar que hay verdades sentimentales y que no son la
cifra oscura de algo que con temor y vértigo palpamos en el interior de una
caja oscura, en un cuarto oscuro; qué va. Son las verdades a las que se
orientan los sentimientos, como los girasoles; luces que ellos mismos no pueden
darse. No es que estas cosas, y alguna despistada poética, vuelvan —como piensa
el espectador de la vida, curioseando un outlet retro—, sino que nosotros
volvemos a ellas.
¿Línea
clara?; escoplo preciso.
III.
El
“Cancionerillo encontrado”, en clave de sol machadiano, es una de las secciones
que más me entusiasman. Quede aquí esta copla —postestructuralistas, consulten
a su médico antes de leer—:
No es soledad estar solo
sino creer que es tu nada
el principio y fin de todo.
Y
otra, donde la fragilidad de nuestros quereres y comunicaciones no se trae para
socavar ninguna antropología, sino para susurrar sabiduría cordial:
Soñé que un hilo delgado
tu sueño y mi sueño unía.
Y la mañana llegaba
y el hilo no se rompía.
Por
poner en desordenada ristra un heterogéneo dechado: un poema mesanziano, en
tono y tema, “Amor omnia vincit”; ironía, si no la hubiese, no habría Baltanás
en estas páginas —pero las ironías se salvan, como todo, más allá de sí mismas,
si al tirar la piedra no solo no esconden la mano, sino que muestran el corazón
que las tiró—; hallazgos de imagen, alegoría de ley sin didactismos en “Reloj
de sombra”; Ronsard, Pascal… Pero dejemos que el lector haga sus
descubrimientos.