Como si no quisiera, han pasado los días, los meses, los años en las aulas de la universidad, y como si no quisiera, conmigo entraban mis lecturas, mis fiebres, mis esperanzas. ¿Damos algo alguna vez que no sea nosotros mismos?
Recuerdo el día, aquella primera vez, en que conversamos sobre Antígona. Tuvo algo de punto de no retorno, de desvelamiento, de entrega, de comienzo de una tradición. Si no llevamos semillas en las manos, no llevamos nada; si es que no sembramos al decir, es que nada hemos dicho.
Enmudeció todo aquella tarde, en aquel momento casi imposible de comenzar la clase a las dos de la tarde, cuando los estómagos maldicen a esta ladera de los Pirineos si en vez de fungibles se les da palabras. Los alumnos de Publicidad y yo entramos en un gran libro, y luego vino otro, y otro...
Un gran libro es una gran conversación ya iniciada desde mucho antes, una conversación que continúa cuando retornamos al gran silencio de donde toda palabra procede. Sigo entrando en el aula en silencio. Confiado en que el gran libro volverá a susurrarme palabras antiguas y nuevas, suyas y mías. Que siga la conversación.