“Finis. July 16. 1816”. Escribe Jane Austen en el manuscrito recién terminado de Los Elliot —finalmente Persuasión—. Dos días más tarde le añade un párrafo, y a continuación “Finis. July 18. 1816”. Levanta la vista de los papeles en su escritorio. Entra por la ventana una claridad indecisa, de mañana rara, de aquel verano frío y lluvioso. Busca la toca de muselina y sale de la casa de ladrillos rojos de Chatown, Hampshire, donde vive ahora con su madre y su hermana Cassandra. A la derecha, a unos minutos de allí hacia el oeste, enfila el camino al bosque denso de hayas, abetos y alerces. A veces —qué bien lo sabe— hay que ganar una distancia, incluso física, con lo que una escribe. Necesita tiempo para cavilar, como Anne Elliot, su protagonista, cuando se ve asaltada por un afecto repentino. Sí, ese final…
Deambula
por las sendas, a veces se interna un tanto bajo los hayas poderosos y altos, pero
la claridad mate del día apenas se filtra por las altas enramadas. Vuelve al
camino y el azul de los acianos en los bordes, que tantas veces ha deleitado
sus ojos… no… ese final de la novela… Anne y el capitán Frederick Wentworth han
tenido por fin la ansiada conversación que unirá sin ambigüedades sus afectos y
sus futuros. Sin embargo, la peripecia que pergeña el diálogo decisivo resulta antinatural, las coincidencias necesarias para que la trama desemboque
en el clímax dramático revelan unas descaradas costuras sobre un tejido que le
parece abrupto, cuando ella querría acariciarlo con la palma de la mano y
sentir una suavidad sin frunces ni pespuntes… Ese final… no está a la altura.
Espera más de Anne, de Wentworth, de la trama, de la dicción, de ella misma…
Mira
detenida los acianos, sin verlos.
Ha
sido una temporada difícil en casa: estrecheces económicas, sobrinas pequeñas,
cuñadas y hermanos que atender, el fallecimiento de la señorita Benn, el viaje
a Cheltelham a tomar las aguas por prescripción médica, los cuarenta ya pasados
y el malestar general que la acompaña desde inicio del año, con esos dolores en
la espalda…. Como le contaba por carta meses antes a Cassandra, en
Chatown es imposible escribir, atareada supervisando asados de cordero y porciones de ruibarbo…
Los
Elliot se merecen algo más; realmente, algo mejor.

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