El buen libro, como buena cosa que es, no deja de prometer. Hay ese límite, límite de cosa por ser cosa, de estructura, de máquina. Y siempre, si embargo, extiende su índice de promesa, hacia afuera.
Como Virgilio, como Beatriz, el buen libro nos susurra, a los viajeros, esta consigna: “No, no soy yo”.
Qué humano, qué divino, el buen libro.
Sin duda el buen libro permanece callado en la esquina de la estantería esperando que algún día lo escojamos y lo hagamos hablar...
ResponderEliminar"Hacer hablar al libro", qué buena imagen, y qué cierta. Sin nosotros, el libro no sería más que un montón de papel -o casi-.
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