Acabo de leer la noticia de la muerte de Whitney Houston. Me ha conmovido, porque esta cantante tiene que ver con mi juventud, como con la de muchos. A mí, sencillamente, me encantaba. Porque su género era el soul y el rhythm & blues -mi favorito-, porque sus canciones estaban cargadas de energía, porque tenía un rostro simpático y amable... Sus hits eran rompepistas de baile -en aquella época en que las discotecas todavía no eran un lúgubre antro de zombies que escuchan (?) ruidos destimpanadores- y para mí, como para muchos otros, era una inyección inconcreta de entusiasmo, como la misma juventud.
Y ahora se ha muerto, por drogas, por excesos diversos, después de años de destrozo de su carrera artística, y de causar dolor a los que más cerca tenía. Porque cuando alguien se destroza, destroza sobre todo a los que escriben sus vidas contando con su escritura vital.
Qué ignorancia suicida y responsabilidad imputable, la del que va haciendo bandera del malditismo, monumentos al solipsismo "inteligente", ditirambos a los "genios" de la oscuridad y la soledad más desgarradoras.
Cuánto se pierde cuando alguien se pierde. Cuánto (nos) perdemos cuando dejamos que se pierda.
Descanse en paz