(Dos tallos, JM Mora Fandos)
Cuando José Luis Rodríguez-Núñez, del Bibliocafé, me propuso
impartir un taller de escritura, hace un año y algo, me invadió una sensación
contradictoria. Le agradecí la propuesta, me apetecía… y me ahogaba. Disfruto
escribiendo, pero no he escrito una novela. Los talleres de escritura
acostumbran a titularse “de escritura creativa”, y habitualmente aspiran a
enseñar la técnica de la novela. Yo no había escrito ninguna, no veía claro
enseñar a golpe de manual algo de lo que no tengo experiencia. Al mismo tiempo
he abejado flores muy diversas: poesía, relato, textos académicos, traducción,
ensayo, tesis doctoral… la escritura me ha dejado algunas muescas, y cuando me
miro en el espejo no puedo dejar de verlas y reconocerme en esas cicatrices.
Son algo de mí… soy algo de ella.
Un conflicto por resolver, pero uno de esos con los
ingredientes necesarios para que salga algo bueno. Un taller… sí: podía enseñar
a contar, a poner por escrito cosas personalmente importantes. No todo el mundo
quiere escribir una novela, pero todo el mundo tiene cosas importantes que
decir, y alguien a quien decirlas… o casi todo el mundo; pero incluso ese casi,
con un poco de conciencia del asunto y algo de ayuda, acaba contándoselas a
alguien.
Escritura creativa, desde luego, pero sobre todo personal
y muy pegada a la vida. Así que así comenzaron los talleres, y hasta la fecha;
y he visto alumnos ilusionados con proyectos de escritura: escribir la historia
de la familia, relatos, poner experiencias por escrito, contar unas vacaciones,
comunicar mejor en un blog, mejorar la expresión en textos profesionales, preparar
un brindis, conocerse… y más.
Bueno, pues la semana que viene, miércoles 9, comenzamos
otro (y quedan plazas). La escritura tiene algo siempre nuevo. Es cierto, la gramática apenas se
mueve; pero nosotros sí, y con nosotros el mundo, que pide una vez más ser
contado y que nos contemos.