I.
Y yo que cuando vuelvo a La gravedad y la manzana me acuerdo del ensayo de T. S. Eliot, “Los
poetas metafísicos”. Y ser profesora de filología inglesa —como lo es la
autora— no genera automáticamente esas presencias en la creación poética. Y de
las varias razones que vienen al caso de esa asociación, es esta frase de Eliot
la principal: “incorporaban su erudición a su sensibilidad: su modo de sentir
se veía directa y originalmente alterado por sus lecturas y sus razonamientos.
En Chapman especialmente hay una aprehensión sensorial directa del pensamiento,
o una recreación del pensamiento en el sentimiento, que es exactamente lo que
encontramos en Donne”. Y esa búsqueda de la conjunción de lo diferente,
opuesto, complementario —ahí está el misterio— es lo que, me parece, también
busca Beatriz Villacañas.
II.
Es un título sorpresivamente newtoniano, y al mismo tiempo
bíblico. Lectura física y ético-metafísica. Biología y biografía. Pero siempre
la epifanía revela los misteriosos canales que comunican lo aparentemente
incomunicable. El misterio. La autora da fe, —que no protocolos de
laboratorio—, de que la epifanía revela el misterio, pero sin disolverlo: es un
logos más allá del nuestro. Y seguramente lo mejor que nos reporta es quedar ya
vinculados a él. Se nos reveló mientras lo tentábamos creativamente con
palabras, pero esa Palabra no era nuestra; y por eso es epifánica y vincula.
Esas dificultades especiales que —en primer lugar como
modernos, y en segundo, como hombres y mujeres— tenemos para juntar razón y
sentimiento, y que a Jane Austen le dieron para una deliciosa novela, mucho más
profunda de lo que parece; porque en algún momento se dijo que era buena esa
separación, sin acabar de calibrar bien la bondad —seguramente era imposible calibrarlo,
de tan entreverados que vamos con nuestro propio momento, de tan difícil que es
ganar una imaginativa distancia—. Distinguir sí, pero sin separar, avisaba
Tomás de Aquino. Pero esto es irse un poco lejos.
III.
Como filólogo, me quedo especialmente con este poema,
hamletiano en su exhortación —en este caso no a los actores, sino a los
resecados herederos del logocentrismo académico de este siglo XX que todavía no
ha terminado—:
GÉNERO LITERARIO
No importa
cómo llaméis al cuento,
comedlo como un fruto,
y la manzana siempre nueva del ser y su secreto
será alimento vivo de todas las historias
y de todos los hombres
y de un solo camino.
IV.
Fondo y forma. Hondos y nítidos en estos poemas; densos y andantes,
palpables en su cuajo de cosa bien hecha,
que se adivina que vienen haciéndose como desde hace mucho tiempo, tiempo de atención
a las palabras y al misterio de las cosas. Fondo y forma, como si volviésemos a
creer en la sencillez de las gramáticas, en sus apartados de estilo, aquellas
antesalas al misterio de la literatura activa, que atravesábamos para entrar —al final, siempre solos— por la lectura y la vacilante escritura, donde todo se volvía complejo,
misteriosa y maravillosamente complejo; y solo un cretino se volvía para reírse
de aquella filología con delantal, y se volvía estatua de sal.