AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 9 de septiembre de 2012

El enigma del esclavo, de Juan Ivars: cuatro notas de lectura



I. 
La "novela de formación" es un género constante. El personaje va alcanzando una forma a través de una evolución, que se encarna en un viaje a menudo espacial y siempre anímico -puntualizo, espiritual- ¿Pero es posible hoy creer en que alguien puede formarse? ¿No es más bien transformarse? ¿No nos han repetido tantas veces que lo único que nos cabe esperar es ir mutando, con ocasión de esta o de aquella experiencia, y olvidar la pretensión de un ir construyendo un relato unitario para nuestra vida? Lo cierto es que desde el actualismo y la liquidez vital nunca se ha hecho nada grande, nunca se ha sonreído de verdad, nunca se ha alegrado el corazón como el corazón anhela alegrarse. Y quien sabe esto, lo sabe todo. Bien, pues Juan Ivars lo sabe.

II.
Onésimo, el esclavo y personaje de la novela, es la persona referida en la Carta de San Pablo a Filemón. Y esas 25 líneas de carta se convierten en el final de esta novela de formación que cuenta el itinerario espacial, cultural y espiritual de Onésimo. Desde el inconformismo con la condición de esclavo, y movido por la búsqueda de la libertad y la inmortalidad, el protagonista se pone en marcha hacia lo mejor de sí mismo. Los viajes auténticamente humanos son siempre circulares, porque son hacia el mejor yo, no a una disolución de la personalidad. Y el mundo antiguo se desgarraba entre esa intuición de lo mejor y las respuestas ofrecidas, a menudo disolventes: un logos impersonal o la oscura pulsión de la sangre; frecuentemente ambas a la vez.

III.
Esto se puede contar de muchos modos. Aquí se cuenta muy bien: hay una trama de suspense, subtramas paralelas, un buen número de personajes; y una palpable seguridad con respecto a lo que se está contando, nada fácil: se hila fino en los movimientos del alma, en los móviles de la vida, en la imperfección de las respuestas, en las reacciones del corazón, en las psicologías... El conocimiento del mundo antiguo es sobresaliente, y la capacidad para contarlo verosímilmente también: sobre todo el retrato de la abigarrada y difícil convivencia entre la cultura grecolatina, el judaísmo fariseo y el cristianismo naciente en el día a día de las ciudades del Asia Menor (hoy Turquía). Ivars ha conseguido mostrar con vivacidad la trama de lo cotidiano, donde laten los acentos trágicos de la esclavitud, las arbitrariedades criminales de los mitos -si no ha leído a Girard, ha leído las fuentes que ha leído Girard-, la renovación espiritual y simplemente humana que aporta el cristianismo, y una naturaleza humana universal, donde podemos reconocer las pasiones inherentes a la condición humana, entonces y ahora.

IV.
Y para quien guste de los valores expresivos y estéticos del lenguaje, la lectura le traerá un placer constante. Los diálogos son concisos, bien medidos, tanto en los negocios más pedestres, como en los más altos de la conciencia moral y de los pliegues del espíritu; las descripciones, ajustadas, solo con las pinceladas necesarias -y la paleta aquí es notable, en recursos expresivos y en documentación-; el humor, inteligente, elegante, castizo a veces, ocurrente. Hay un cervantinismo en este modo de narrar, con esa mezcla de clásico para decir no más que lo que hay que decir, y barroco para saber subrayar con la retórica precisa cuando hay que hacer subrayados exigidos por los afectos y la belleza.