I.
Llega una edad —y que el lector ponga la que quiera— en
que cualquier pregunta por la propia identidad implica contarse una historia; o
explicarse a uno mismo según una estructura narrativa. No digo que sea lo único
que se puede hacer. Pero es que lo hecho parece pedir un modo historiado
de recuperación, como mínimo. Y sin ese modo de volver a atrás, la vida pasada
pierde atractivo hasta para uno mismo.
En Caminos de la
filosofía se hace ese ejercicio de identidad a través de la memoria. Y
además esa memoria es una “memoria asistida”. Podría ser de otro modo, pero qué
justo es que se haga explícitamente así. Si la identidad se hace en contacto
con el otro, con los demás, es sensato contar con ellos para una puesta en
claro, un parón de luz con el que seguir caminando. Evidentemente, no vale del
mismo modo cualquier interlocutor. Deberá ser un “otro significante”, alguien
que tuvo algo de arte y parte en lo que fue, en quien se fue, se es.
II.
A lo que hay que añadir la dialogicidad. En algún otro
libro de Llano —creo que Humanismo cívico—,
le leí hace tiempo una frase que solo puedo citar en su sustancia: no se puede
ser feliz sin buscar activamente la felicidad de los demás. Contar con el otro,
además de para contarse uno mismo, para traerlo de agente a la propia historia.
Idea de profundas raíces cristianas, retomadas postmodernamente. Una de esas
pulsaciones de la postmodernidad, de comunicación inmediata alejada de la tecnoestructura -mercado, Estado, medios de comunicación- que Llano proponía en La nueva sensibilidad, después de darle un fregoteo enérgico pero
cordial.
Es hermoso contar con tres interlocutores, discípulos, colegas,
amigos, para contar y contarse. Dice el genial pianista Novecento, en La leyenda del pianista en el océano —con
su cosa nietzscheana bienintencionada—, que no estás acabado si tienes una
buena historia y alguien a quien contársela. Esto aún me suena a demasiado
poco; porque de lo que se trata es de ser historia, de ser una buena historia, y
poderla contar con alguien.
III.
Una Metafísica tras
el final de la metafísica, me gustó el título ya cuando salió. Yo creo que
la vida es, o tiene los componentes para ser, una buena novela de género. Pongamos
que de intriga. Y como se canta en alguna zarzuela, “Eh, que el género no se
toca”. Si algo ha demostrado el constante toqueteo de los géneros por parte de
perspicacísimas escuelas teórico-literarias, es que gente muy lista deja de
leer literatura y se intoxica con conceptos y pone esquelas en los Journals académicos con el nombre de la difunta en mayúsculas. Pero la literatura siempre vuelve, como Fantomas.
Y la vida tiene mucho de eso, de
novela de género, donde la intriga y el misterio —llamémoslos metafísica—
aseguran el deleite y el deseo de seguir leyendo. Una metafísica mínima, más
existencial, más personal, podada de artificiosidades, que propone Llano, me
hace pensar en lo que es innegociable para cualquier buen lector de novela de género.
Lo que dice Steiner, “nadie transige con sus propias pasiones”. Por algo será.
Todos los grandes vividores —entiéndaseme bien— que conozco son profundos metafísicos
—la mayoría no lo saben…
IV.
Termino de leerme El 19 de marzo y el 2 de mayo, de
Galdós. El motín de Aranjuez ha acabado con Godoy, el Príncipe de la paz.
Escarnecido por el vulgo, yace casi exánime en un calabozo, donde recibe la
visita del cura D. Celestino, que pondera los imprevisibles caminos de la
Fortuna, que encumbra hombres y los derriba en un segundo. Me acuerdo de este
pasaje al leer en Caminos de la filosofía
el sucedido en una mesa redonda sobre ética empresarial, donde un profesor dice
que “Realmente, la ética es rentable”; y Llano añade “O no”. Dice Llano que se
montó una pequeña bronca, aunque supongo que no sería como la de Aranjuez, pues
se trataba de un debate entre gente educada, y las mismas condiciones del
intercambio comunicativo –pongámonos semióticos- del género “mesa redonda entre
académicos” parecen evitar estas derivaciones. Pero la cosa en sí tiene su potencial revolucionario. La contestación de
Llano genera un desplazamiento de foco en la conversación: no se trata de qué
puede hacer la ética por la rentabilidad de mi empresa, sino algo más sensible, humanamente sensible, y por lo
tanto, prioritario: si las técnicas, estrategias para la rentabilidad de mi
empresa son realmente éticas para mí.
Supongo que una empresa ha de ser rentable, pero sé que un hombre o una mujer
han de ser dignos.
A lo primero, venga aquí la meditación de D. Celestino, que
la Fortuna es muy capaz de desfacer muy bienintencionados proyectos. A lo
segundo, que, siendo arduo, a veces en extremo, no depende de hados ni de primas
de riesgo, sino que es asequible y que tiene su hilo de Ariadna para seguirle y
retomarle cuantas veces se perdiere. Hay caminos, como en este libro.