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T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 21 de octubre de 2012

Tomás Moro, de Munday, Chettle, Shakespeare, Dekker y Heywood: cuatro notas de lectura.


I.

Cinco manos escriben una pieza teatral; uno de los dramaturgos es un "agente doble"; el personaje principal es tabú; la pieza es prohibida por las autoridades políticas... No, no se trata de teatro clandestino donde el muro de Berlín proyecta sus sombras al atardecer durante los años de la guerra fría. No. Se trata de Anthony Munday, Henry Chettle, William Shakespeare, Thomas Dekker y Thomas Heywood; el topo se llama Munday; el héroe de la obra teatral es Tomás Moro; y el gobierno de su Graciosísima Majestad, Isabel I, deja caer su telón de acero. 


II.

Lo iba leyendo y me decía, "Esto es Shakespeare". Y lo mismo piensa el prologuista, el editor y los traductores, y los eruditos británicos que, hace poco, han incluido esta obra colectiva, de polémica autoría, en el canon de las obras de Shakespeare. Y estos últimos señores, que tienen a Shakespeare como principal activo del PIB espiritual -y bastante del material- británico, no amplían un canon así como así, of course


III.

Me decía Enrique García-Máiquez, traductor de la criatura junto con Aurora Rice, que Tomás Moro es un auténtico auto sacramental. Y se comprueba. Tiene su comedia, y su cosa histórica, pero tragedia no es. Impresiona la honda admiración del "autor colectivo" por el canciller mártir que prefirió ser fiel a su conciencia y a Dios, antes que cohonestar los trapicheos extramaritales de su rey. Y aunque la obra soslaye precisar el tejemaneje por autocensuras y censuras externas, queda patente lo que se cuece. Vamos, de rabiosa actualidad. De hecho, Tomás Moro fue declarado santo patrón de gobernantes y  políticos por Juan Pablo II el 31 de octubre de 2000.


IV. 

La traducción cabalga muy bien, la sensibilidad métrico-dramática empleada la hacen deliciosamente legible y representable. Los lectores de Shakespeare tendrán aquí un nuevo elemento que añadir a sus goces y a la  reflexión sobre los mismos. El prólogo de Pearce sobre el catolicismo de Shakespeare es sumamente jugoso. En fin, un nuevo gran texto que la editorial Rialp pone al alcance del lector en su colección de clásicos.