Una tarde de lluvia, fanática y mediterránea, lo llena
todo. Decir “Está lloviendo” ni resuena ni conmueve igual en todas partes. Unas
gotas impensables golpean las cosas y levantan un tumulto súbito. Alguien grita
su sorpresa, unos pasos rápidos cruzan para poner remedio, las ventanas
se cierran. Si la perspectiva lo permite, listas y parches plomizos se
encajonan entre los edificios. El agua arrecia y se desploma ya en bloques
blancuzcos que velan la visión de las cosas tal como las conocíamos. Los
nudillos frenéticos del granizo reclaman a los que callamos…
Al final el fragor enmudece y solo se escucha el pasar de
un vehículo, y otro más tarde… sobre el silencio lavado y absorto de nuestra noche.