I.
Hace unos días, después de cenar, había algo de tiempo:
era el momento. Me planté frente a los estantes de la biblioteca, zigzagueé en
busca de una promesa de lectura… y me detuve en Siestas con viento sur, de Miguel Delibes. Con la línea más rural
de Delibes tengo un prejuicio. Los prejuicios son necesarios, son el suelo sobre el que se vive (no se puede estar en el vacío). Pero tan importante como
tenerlos es ponerlos a prueba, porque pasan a ser verdades, o desaparecen.
II.
Algo de tiempo, así que solo pude leer uno de los cuatro
relatos, “Los nogales”. Hay algo único en hacer una lectura entera, de un tirón.
Es difícil, y no creo que saludable, leer una novela de un tirón. Pero un
relato largo da esa satisfacción de lo que fluye sin costuras. Se adensa el
tiempo, es “más tiempo” porque es un tiempo unificado por un sentido, libre y
necesario en un mismo tiempo. Como nos gustaría que fuese la vida. Un buen cuento.
III.
El cuento, por su brevedad, se acerca al poema. En la
novela hay extensión, a veces tanta, que amenaza con cubrir la vida como un
mapa escala 1/1, como en aquel cuentecito de Borges. El cuento ha de darse
prisa, decidirse, replegarse y decirlo todo con casi nada, y muchas veces lo
hace repitiendo, como lo hace un poema. Como en “Los nogales”, de Delibes.
IV.
Han pasado unos días desde aquel tiempo prodigioso. Recuerdo
a grandes rasgos el argumento de “Los nogales”, el final… pero sobre todo ese
discurrir de la narración, tan aquí y tan allí, tejida con hebras sueltas de ese
tiempo de la vida nuestra que tan bien conocemos, y al mismo tiempo, con esas
otras que dan consistencia, de ese otro tiempo al que aspiramos.