I.
A medida que lo iba leyendo, pensaba: “¡Qué bien le harán
estas páginas a tantos músicos, sobre todo a los jóvenes”. El músico con
formación “clásica” posee grandes hábitos, sabe de grandes renuncias en medio
de una sociedad que grita sin desmayo: “No renuncies a nada”. Pero a menudo la
perfección formal, la alta exigencia y competitividad, las inexorables verdades
del cuerpo —del que radicalmente depende su trabajo—, generan ciertos espirales
obsesivos y neuróticos que dejan poco tiempo y sensatez para cualquier otra
cosa que no sea la lucha acérrima por mantener la forma… y los conservatorios
—como las universidades de hoy— se sitúan programáticamente a salvo de lo que
podríamos llamar “formación personal del músico” (basta recordar que si algo se
repite como un mantra en la pedagogía de la educación obligatoria y el
Bachillerato es esta meta insuperable: “formar para el mercado laboral”; el
virus está en todas partes).
En este sentido, Inteligencia
musical me ha recordado a otro fantástico libro, Estética musical, de Alfonso López-Quintás: el mismo empeño en ir a
lo que verdaderamente necesita un músico cuando le pide a la música, a la que
le está entregando todo, que le ayude a ser mejor persona, y a ayudar a sus
oyentes.
II.
Pero no es un libro “para músicos”. O no solo. Se dirige a
la persona, a cualquier persona, porque hay una falla profunda entre el hombre
de hoy y la música: y a esa fractura, que es la que Pirfano quiere suturar (como diría Alejandro Llano), se
alude, como si fuera su remedio, en el título del libro: se trata de
inteligencia cordial, y por eso está latente en estas páginas esa robusta tradición
de pensamiento que en el siglo XX ha reivindicado inteligentemente el corazón, tanto frente a su olvido en la
modernidad, como a su apoteosis banal en la postmodernidad —qué bueno en este
sentido el capítulo “Supertramp tenía razón”—. Y esa sutura Pírfano la acomete
en un ir y venir entre términos y realidades de la profesión musical, y las
aspiraciones de bien, verdad y belleza de la vida cotidiana. Metáforas,
comparaciones, anécdotas, bien traídas y articuladas, magníficas orientaciones
de audición de piezas concretas, iluminan las dos riberas para que dejen de
mirarse con extrañeza. Se han construido puentes. Pasen, pasen.
III.
En nuestros tiempos alejandrinos, saturados de voces
vanas, carcajadas huecas, siempre contrasta el sotto voce de los pocos
maestros; su metrónomo y su diapasón nos retraen a las sencillas verdades. Y no
perdemos nada: lo sencillo es enorme; la vida, hermosura enorme y sencilla. El
yo, terrible y menesteroso, anhela voces sanadoras que reconoce en la sencillez.
Y aquí Pirfano nos invita a una polifonía, conjuntada con verdadero arte
musical: Shakespeare, George Steiner, Oliver Sacks, John Blacking, Unamuno,
Orwell, Graham Greene, Orson Welles, Verlaine, Vargas Llosa… Y Bruno Walter, Giulini,
Celibidache, Von Karajan… Y las numerosas audiciones sugeridas y comentadas,
como un selecto “menú” espiritual, para quien se acerca por primera vez, y para
quien se encuentra desde hace tiempo en su patria: Beethoven, Schubert, Ravel,
Chopin, Rachmaninov, Bach, Stravinsky, Mozart, Haendel, Mahler…
IV.
Afectividad, relación, servicio, liderazgo, simpatía,
silencio… ideas desde la cordialidad, expresadas con la afabilidad y la firmeza
de un director de orquesta que ha escrito un libro urgente; pensamiento para
traernos de nuevo por la vía musical, una vía insustituible, a lo humano, nunca
demasiado humano.