Ha sido un breve paseo, pero suficiente para advertir que,
sobre un cielo de vago azul blancuzco, la fronda lila de las jacarandas echa a
correr hacia el corazón rojo del violeta. Y al pie de los árboles, sobre la
tierra moteada de leves pétalos, casi gasas, se hace una sombra viva, tal como
la dicen los impresionistas.
Mientras tanto, sonaba John Coltrane, “Blue Trane”:
siempre es esa racionalidad arrebatada. Toca con el cerebro, y queda esa
temperatura casi fría, si no fuera por el hallazgo constante, la novedad
combinatoria, el diseño vertiginoso, que asombran una y otra vez. Cuando suelta
las prodigiosas andanadas de notas, casi-notas, más que dibujadas, abocetadas, lo
suficiente para saber qué quiere decir, para no estorbar la naturaleza rauda de
la mente.
Qué tienen que decirse el lila de las jacarandas y las
notas de Coltrane. Cada cual se aproxima quizás a su imposible: se apresuran al no-tiempo, al rojo
inalcanzable en el violeta. Un misterio, pero ambos estaban juntos, allí.