—¿Me recomiendas algo para leer este verano?
—Sí, evasión, evasión, evasión… hacia ti.
—¿?
—Han pasado meses, uno ha estado corriendo, atendiendo a
muchas cosas diversas, ¡y hay tantas cosas, cositas, que no han dejado de requerir
nuestra atención! Uno ha estado surcando superficies, donde se dan las
tormentas, los vientos, los cambios repentinos del aire… es verdad: había que
estar también ahí, es el ámbito de las urgencias. Pero con qué facilidad uno se
acostumbra al ajetreo y llega a creerse que es su habitat natural.
Mientras tanto, uno ha descuidado las profundidades. Si ha
leído, ha leído multa, sed non multum, se ha dejado llevar por los imperativos
de las opiniones, del marketing, del estar a la última… En el paladar del alma
le ha quedado el regusto de la química de una gran piruleta, una larga, ya demasiado
larga piruleta que casi le hace olvidar lo que era un roast beef…
Pero es verano, y hay tiempo. Tiempo para la evasión, la
huida… de toda esa superficie cansina donde se ha estado faenando y muchas
veces perdiendo el tiempo. Verano, lectura: es la gran evasión.
Una voz, como la de las sirenas de Ulises, pero buena,
familiar, íntima, invita a las profundidades de uno mismo. Hay que pertrecharse
de buenos libros, libros de inmersión que hacen recuperar el buen oído para el
silencio, el buen paladar para los matices, el buen ojo para los sutiles
contrastes…
Por fin el descanso que uno iba buscando.
¿No?