Resulta que hace cuatro días, en el taller de iniciación a la escritura, una alumna hizo la temible pregunta. Aquel fue el día en que nos adentramos en los textos literarios: aprendimos algunos conceptos, e hicimos algunos pequeños ejercicios.
Pero la pregunta, necesariamente llegó. Y yo me alegré, pero ¿cómo contarle en pocos minutos la deriva de investigaciones que se han dado en el siglo XX, buscando la esencia de la literatura, la "literariedad", comenzando por los formalistas rusos, los praguenses, el New Criticism, el estructuralismo, el postestructuralismo, la semiótica, la pragmática, la escuela de la recepción, los enfoques desde la sociología, la política, el New Historicism ... para acabar diciendo con los tardomodernos que eso de la literatura es un mito útil, pero que nada de nada, ¿sabes?; para llegar a un sombrío dictamen, a una mueca de "¿pero os lo habíais creído?".
Es la senda de Nietzsche: si Dios ha muerto, el hombre ha muerto (Foucault), y por lo tanto ha muerto todo lo que sea verdaderamente humano: el arte, la literatura, la música...
Le respondí que tras muchos intentos de meter a la literatura en una probeta cientificista, la literatura se había negado. La razón: si es buena literatura, participa del misterio que es el hombre. Si no puedes meter al hombre en la probeta, tampoco puedes meter aquello en lo que el hombre se ha realizado más hondamente.
Claro, sin olvidar la cocina, el oficio, el trabajo, la técnica que la literatura exige.
Creo que se medioconvenció. Pero yo me convencí aún más de aquello que dice William Wordsworth en su poema "Se agita mi corazón si contemplo": El niño es padre del hombre.
El niño no deja de hacer preguntas metafísicas: "¿qué es eso?". Si salvamos ese niño que llevamos dentro, la literatura está salvada.