El último alumno me entregó su examen de latín. Recogí mis libros, salí del colegio y me fui paseando hasta el apeadero del tren. Los campos de naranjos flanqueaban el camino polvoriento, el cielo proclamaba con desvergüenza el adelanto del verano. En el apeadero me encuentro algunos alumnos que habían declinado la invitación a hacer el examen de valenciano, que venía tras el mío. En fin. No pregunté. Llegó el tren. A punto de entrar se me acerca corriendo un alumno de "ciencias" a quien nunca había tratado. -D. José Manuel, solo quería despedirme, porque me voy del colegio, -¿Te vas a módulos -Formación Profesional-?, -¡Sí!, -Bueno, pues que te vaya muy bien. Él se va a su vagón. Se cierran las puertas. Me quedo pensando. Busco un asiento donde el sol no desolle mi cogote. Saco de la mochila un biografía de T. S. Eliot, que tomé ayer de la Biblioteca de Humanidades de la Universidad. Es del 2006, relativamente breve. El libro va enfrentando la vida de Eliot con sus obras. El autor no es un psicologista del XIX, que explica la literatura por la vida del autor; es sólo un hombre sensato. Encuentra concomitancias, respeta el misterio de la vida y de la escritura. ¿Cómo separar vida y obra?
El tren se va acercando a la ciudad. Cruzamos el gran cauce construido para prevenir inundaciones del Turia. Apenas me doy cuenta. Estoy en los años mozos de Eliot. Esa época de estudiante en Harvard, donde se enfrenta a un dilema: el mundo hipócrita de la sociedad de New England, esconde su vacío bajo ceremonias burguesas: es placentero, pero insoportable; y los poetas simbolistas, como Laforgue, a los que lee con avidez como lo más novedoso en poesía, abogan por que aflore el inconsciente, aún de la forma más brutal, para responder a esas mentiras burguesas. Ya no entra luz por las ventanillas. El tren se ha transformado en metro. Alguien más lee: aquí y allá, un best-seller o la prensa gratuita que chilla sus titulares sensacionalistas. Eliot lo está pasando mal. Hay que encontrar un camino. Anuncian mi parada por la megafonía del vagón. Guardo la biografía en la mochila.
Ha vuelto a ocurrir, y ocurrirá, aunque haya tantos intereses por negar la realidad. Nunca ha sido fácil ser joven.