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¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



miércoles, 7 de septiembre de 2011

El factor humano, de G. Greene: cuatro notas


I.
"Antes", uno se enteraba de lo que hacía un servicio secreto leyendo novelas como esta. Ahora todo está en internet, aunque la borrosidad se mantiene de algún modo, por el grado de credibilidad de la fuente. En todo caso, la novela -si era buena- te dejaba ahondar en las causas últimas, conectaba el problema con rostros humanos. Ahora tenemos la noticia ilustrada con imágenes duras casi en tiempo real. Pero ya nos hemos acostumbrado. Es el empalago de la imagen impactante. Por eso, sigo yendo con mucha más asiduidad a la literatura que a los telediarios.

II.
Greene, en El factor humano, hace ironía de la ironía inglesa. En el mundo de la guerra fría, contrapone la "Razón de Estado" al comportamiento de seres humanos concretos. En los servicios secretos abundan personajes con una psicología trastocada. Se atiende desmesuradamente a lo trivial en la vida privada -como el modo de cocinar truchas-, mientras se pierde el sentido de lo humano en el "trabajo" realizado por una ideología, y se eliminan personas. 

III.
El amor no puede tener lugar en el mundo de los servicios secretos. La vida del espía ha de ser liviana para no atarse a nada ni a nadie, para no profundizar sobre el sentido moral de lo que se hace. Pero la atmósfera de las liviandades tiene su correspondiente peligro: el otro bando también puede ofrecerlas. Dinero, placeres, protección, inmunidad... soledad. El espía doble está ya inoculado en la esencia del espía. Castle, el protagonista, no es exactamente un espía en este sentido: cuando surge el "factor humano" -el amor, la amistad, el sentido de culpa, el fracaso de las ideologías, la convicción de la propia vulnerabilidad y la necesidad de redención-, se convierte en amenaza para el propio sistema que lo mantiene.

IV. 
Los personajes están bien construidos. Si un narrador actual acometiera una novela semejante, posiblemente trufaría la trama con largos párrafos de desmenuce de la psicología de los personajes -a veces pienso que aún no hemos salido del XIX-. Greene muestra lo justo para que el lector agudice sus entendederas y su mirada lectora, a través de las acciones y las medidas pinceladas sobre el modo de ser del personaje, que va dejando aquí y allá. Solo le objetaría a la novela cierta procacidad al mostrar la detalles de la sexualidad errática de los personajes que no reconocen la dignidad personal del otro -ni la propia-. Creo que con igual justeza para la trama, se pueden referir estas realidades de un modo más elegante.

Un final abierto, un problema abierto; y un cielo cerrado por la tormenta, a través del que se cuela, de vez en cuando, una pequeña luz.