"Al comprar un libro estableces un derecho de propiedad
sobre él, del mismo modo que con la ropa o con los muebles al comprarlos o
pagar por ellos. Pero el acto de compra realmente es solo el preludio a la
posesión, en el caso de un libro. La posesión plena de un libro solo se da
cuando lo has hecho parte de ti, y el mejor modo de hacerte parte de él —que
viene a ser lo mismo— es escribiendo en él."
Bueno, esto está muy bien. Lo escribió Mortimer J. Adler,
en el famoso libro que coescribió con Charles Van Doren, Cómo leer un libro. Una guía clásica para mejorar la lectura. Poniéndonos un tanto perogrullescos, habría que
pensar que, realmente, Adler llevó a cabo lo que estaba diciendo: para leer Cómo leer
un libro, tuvo que escribirlo primero; llenar de escritura lo que todavía no se
podía llenar; un ejemplo de cómo crear un continente creando al mismo tiempo el
contenido. Fantástico.
Pero a lo que yo quería ir es a que me parece verdaderamente
interesante lo de escribir en el libro, para hacerlo tuyo, o hacerte de él. Yo
no escribo mucho. Acaso unas tímidas palabras, unos fugaces acrónimos a lápiz,
en el margen, para que ningún espíritu se levante de las páginas y me afee la
conducta.
¿Será un temor mítico, reverencial, al mundo de la letra
impresa? Bueno, creo que principalmente es que, cuando se trata de libros de la
familia, de amigos, de bibliotecas -que son la inmensa mayoría de los que
utilizo-, no me siento con ese derecho del que habla Adler. Acaso, ya digo, con
el de imprimir unas fugaces notas a levísimo lápiz, y con la promesa tácita de
volver con una goma de borrar; promesa que incumplo sistemática e
inexorablemente.
En fin.
El libro de Adler, muy bueno. A ver si me lo compro, y esta vez, sí,
empujado por el consejo del autor, lo ilumino como un monje medieval a escape
libre, en místico arrebato, por pura pasión de leer.
No me resisto a poner la preciosa portada de esta edición original del libro: