Son las 19:40, miro los reflejos bobos de la farola en el
cristal de la ventana. Sé que tengo que escribir. Podría haber echado un
vistazo a los objetos de la mesa —de hecho lo estoy haciendo—, y hubiera sido
lo mismo: “Tengo que escribir.” Es un voluntarismo. ¿Sí? No será el único, a
estas alturas del día. O bajuras ya. Y tampoco estoy seguro de llamar a esto
voluntarismo. Cuánto porqué que va ahí, de chanchullo, hay en cualquier acto; como
de tapadillo. Y no me escoro hacia el psicoanálisis.
Siempre que pienso en
esto, aparece una cuerda de tres hebras, desmochada. Aparece una imagen, quiero
decir. Mi símbolo de las partes y el todo; de la cooperación; de lo entreverado
que es, en el fondo, vivir.
Son las 19:49 y creo que ya he escrito. Dejaré que la voluntad
descanse un rato.