Leyendo
el libro de Sherry Turkle Reclaiming Conversation. The Power of Talk in a
Digital Age (En defensa de la conversación)
me encontré con la historia de Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la
Universidad de Tufts. Maryanne llevaba años estudiando la fractura en la capacidad
de atención de los alumnos universitarios como resultado de la exposición
continua a las pantallas. No se notaba personalmente afectada por el fenómeno,
hasta que una tarde se sentó a leer El juego de los abalorios, de Herman
Hesse, uno de sus autores favoritos. Descubrió que se le hacía imposible
centrarse en el libro. Entró en pánico, ¿sería irrecuperable la atención de la
que siempre había disfrutado en la lectura literaria, y que ahora no encontraba
como resultado de su continua actividad online? Le llevó dos semanas de esfuerzo
sostenido recuperar el hábito de lectura profunda que pide la literatura más
valiosa, incompatible con la atención escindida propia de la multitarea. Como
neurocientífica encontró explicación y esperanza en su propio campo: por su plasticidad,
el cerebro organiza su forma según las actividades en que la persona se implica;
este modelado facilita la ejecución de esas actividades, pero no de otras, que
piden otro. Nunca es tarde -pero tampoco sin esfuerzo- para recobrar hábitos que
remodelarán el cerebro, de modo que la base neurobiológica facilite la atención
en la lectura. Experiencia de leer, que nunca agradeceremos suficientemente a tantos
siglos de esfuerzo y desarrollo.
Física,
biología, libertad, ilusión: misterio humano, riqueza insustituible.