Hay una palabra que aprendí al leer Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez: azabache. ¿Cuándo fue? Solo recuerdo que leíamos en clase, yo era pequeño. Y se ha quedado, con este misterioso privilegio.
Cuando recuerdas el lugar y el tiempo de la llegada de una palabra, debe de ser que algo importante, cordialmente importante, ocurrió. Cuántas palabras, simplemente, han llegado a nuestras vidas, como la intermitente cortina de hojas de un plátano cae a tierra; pero solo hay una en la que te fijas, porque te ha llegado a ti, por su color, porque bajó haciendo molinetes como la diadema que una princesita acababa de perder.
Azabache: "Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro".