Pies, JM Mora Fandos
Seguramente cada día es más difícil decir "oh, sí, como David y Goliat", y que le entiendan a uno. Pero no me detengo ahora en las causas. A lo que voy es que volví a encontrarme el pasaje de la Biblia donde aparece la pareja, en ese combate dispar. Y me acordé de esa escena de Indiana Jones: en busca del arca perdida, en la que Indi se ve de sopetón frente a un sicario de los malos malísimos, en medio de un mercado oriental; el sicario se pavonea blandiendo un alfanje sediento del cuello del aventurero... y cuando estamos esperando una encarnizada lucha, Harrison Ford desenfunda un colt y le aloja una bala al envalentonado agresor. "Eso, como David y Goliat", pensé. Y eso es ese choque de tecnologías, donde una supera en mucho a la otra. Un cambio de paradigma.
La pistola de Indi y la honda de David, frente al músculo y el acero. En todo cambio de paradigma -que habitualmente es a mejor- hay alguien que pierde, si persiste en lo antiguo. Y no voy a defender a Goliat, ni al sicario, que bien malos eran; pero hay algo siempre que merece ser mantenido... o al menos siempre viene esa tentación de no llevar algo de nuestro pasado al contenedor. Véase: mi sobrina, hace una semana, todavía reciente el paso de los Reyes de Oriente, me contaba que le habían traído unos vinilos. Ay, qué rápido me deshice yo de ellos -se deshizo toda mi generación- buscando los "compacs", DDD, a ser posible. Y ahora la siguiente hornada de humanos, no solo los desentierra en las bodegas de las tiendas de viejo, sino que compra nuevos, recién sacados del horno. Mi sobrina decía que tenían ese sonidillo, como de imperfección. No tenía que decírmelo a mí, que me había pasado años con el trapito y el alcoholito, lamentando aquellas rayas que salían al sesgo y que hacían saltar las agujas de zafirete.
Sí, el sonidillo de la imperfección, ese que siempre nos acompañará, aunque hagamos muy bien en aprender los nuevos paradigmas tecnológicos... y tirar los trastos al contenedor. (Otro día habrá que hablar de la importancia de soltar amarras, y no volver al pasado con tanta fruición, como hacemos ahora).