I.
A mí también me gustaría pescar en el estanque de
McGregor, ir con el viejo Pontiac al pueblo a por la prensa en los años 40 —y
de paso a vender los tarros de compota de la abuela (quiero decir, de arándanos)—,
en el midwest con pantalón de peto. En fin, está en los genes culturales que
hemos heredado en este siglo (pasado, y sin embargo tan presente, inacabado),
todos somos un Burke, un Williamson un poco, por obra y gracia de Frank Capra,
Saroyan…
II.
¿Qué pasa si descubres que llevas mucho tiempo sin
leer nada divertido? Qué es divertido. Es sorpresivo. Pero sobre todo es
tristemente real el tiempo sin hacer estas lecturas. No le voy a echar la culpa
a ninguna crisis, ni a los vientos postmodernos, ni al auge de la novela negra escandinava,
ni siquiera a Hegel, porque uno entonces se adelgaza en la fibra de su dignidad:
sin un poco de culpa personal, en este mundo, tampoco hay un poquito de
dignidad —aviso para indignados—; no. Es una simple cuestión de aburguesamiento
mecido en la hamaca de lo gris. Quiero ser responsable y culpable; y absuelto;
y reírme.
Y ya ha ocurrido todo eso, porque acabo de leer una novela
que me ha divertido mucho: Me voy con
vosotros para siempre, de Fred Chappell, y traducida por Eduardo Jordá, me
ha dado esa oportunidad de soltar alguna carcajada y disfrutar con la literatura.
III.
El escenario es uno de los sensibles en la novela
norteamericana del XX: los campos de centeno que ondean sus despedidas a los muchachos
del estado que parten para Europa en la II Guerra Mundial. Medio rural, vida
represada en la verdad lenta de las estaciones, vida familiar antes de la
televisión, con ojos para lo pequeño y cotidiano… y ahí, la opción de Fred
Chappell: humor, imaginación, realismo mágico hispanoamericano puesto a germinar
entre bosques y rubias hectáreas…
IV.
La cualidad lírica del poeta que es Chappell viene en su
lugar, a su hora, en sus rincones de oro del párrafo. ¿A qué me refiero con eso
de “rincones de oro del párrafo”?: a esa cualidad lírica, visual, sensorial, que
pone a vibrar de cierto misterio ese momento de la acción narrada. Rincón
porque, aparentemente, aparece como en un apartadillo, como si no
quisiera robar acción ni protagonismo. Pero bien cierto es que se lleva los
ojos detrás, y por algo suele aparecer al final del párrafo (el sitio de honor).
Veamos un ejemplo:
Después de haber arreglado la valla, nos tomamos un descanso. Estábamos sentados a la sombra de un gran roble y mirábamos cómo el viento escribía sus grandes letras en cursiva en un campo de avena blanquecina. P. 74
Uuuum, oro puro.
Me voy con vosotros para siempre. Fred Chappell. Traducción de Eduardo Jordá. Libros del Asteroide. Barcelona. 2008.