I.
¿Mi pequeño italiano? Mejor, gracias. Sobre todo ahora, después de leer Cose che nessuno sa. Los idiomas se aprenden con todo el cuerpo. Siempre he desconfiado -nunca me han servido- de los métodos autogestionarios. Solo se aprende el idioma en el que se sufre, se ama, o se suelta una carcajada pronta y espontánea. La traducción siempre es antecámara, hay que ir más allá. Y leer en un idioma que medio sabes es un viaje que pide espíritu aventurero. Como leer en penumbra, con un candil en la mano izquierda: las palabras proyectan sombras inestables, y vas de claro en claro, descubriendo las monedas de oro que llevan al tesoro. Y Cose che nessuno sa es un pequeño gran tesoro de sabiduría sobre la vida.
II.
En Blanca como la nieve, roja como la sangre… ya se veía que D’Avenia sabía muchas cosas. En Cose che nessuno sa, pese a lo que dice el título, ya se ve que se las sabe todas, o al menos las más importantes. D'Avenia es un apasionado profesor de literatura en un liceo de Milán, además de doctor en filología clásica, con una tesis sobre el pasaje de las sirenas de la Odisea de Homero. Y lo mejor de todo es que ha escrito algo tremendamente incorrecto: ha vuelto a reunir la belleza y el dolor, como si Platón acabase de escribir el Fedro la semana pasada. Nosotros, los (post) modernos, los hemos separado empeñados en llevarnos en cada bolsillo una y otra cara de una misma moneda. Y estamos contentos de consumir los dos simulacros resultantes: una belleza que no nos abre surcos en la carne; un dolor que no nos eleva.
III.
Mi preferido, el capítulo IX, donde el profesor de la novela da esa clase que todos querríamos haber recibido, si todos hubiésemos sabido mejor qué era la educación. Esa confirmación de que la literatura hace identidad. Ese drama del mito revivido, el de la vuelta a casa de Ulises, donde está en juego el descanso ansiado de los corazones de padre, de madre, de hijo cuando la unidad se ha roto. Y en el mismo capítulo, la terrible refutación de esa clase salvadora que ha puesto en camino hacia la belleza, cuando la cobardía enfría el corazón con excusas de relativista semiótico: parole, parole. Pero hay alguien que desvela la disfunción: Tu no sai cos'è amare. Tu ti esalti con i tuoi libri, ami loro, non le persone. Ami le parole, non la vita, perché la vita ha le ombre e fa male. Tu parli, parli, ma non ascolti. Tu prendi, prendi, ma non dai nulla.
IV.
En Blanca... D'Avenia se limitaba a lo que el narrador, un adolescente, podía pensar, sentir, decir. En Cose... ya no hay restricciones, y se pone en juego una amplia serie de recursos del contar, y una sabiduría antropológica nada común. Metáforas, humor, pena, párrafos medidos y eficaces, caracteres psicológicos, ritmo, verdades, suspense, descanso... y esas cosas que, como dice San Agustín refiriéndose al tiempo, "Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro". Una novela que incita a escuchar eso que se sabe en el hondón del corazón, de una belleza tantas veces dolorosa; que nos hace terrible y bellamente humanos.