Tienen algo de hormiguero esos sitios donde un gran reloj preside desde las alturas. Una estación de tren, un zaguán de atención al público... El reloj va marcando un ritmo, hipnótico; el pobre hombre allá abajo se repite a sí mismo: "Que me dé tiempo, que me dé tiempo".
Pero entonces alguien saca un libro, y lee. Es una victoria sobre el tiempo de los relojes. La narración es la esencia del tiempo humano.
Llega el tren, o el turno; el lector guarda el libro, resuelve su necesidad; el reloj sigue marcando su tiempo, pero el tic tac se va desvaneciendo... El lector -no sabe por qué- piensa que hoy ha vuelto a salvarse.