I
Esta semana participé en un seminario interdisciplinar en mi colegio. Versó sobre la película La ola, que ya he visto cuatro veces: me sigue pareciendo buena, y eficaz desde el punto de vista educativo. Un grupo de profesores hicimos una serie de intervenciones breves, cada uno desde su asignatura. Luego los alumnos prepararían preguntas, y finalmente habría un coloquio. Incluso invitamos a un profesor universitario de antropología para la mesa redonda final. Yo les hablé del lenguaje.
II
Me interesa el modo en el que el lenguaje es necesario para crear un espacio. Un espacio de relaciones, existencial. De vez en cuando lees en la prensa el hallazgo de un niño en alguna jungla, criado entre lobos u orangutanes. Necesariamente, el niño no habla. Para él, el espacio vital es espacio animal, de pura supervivencia. En cambio, para alguien que habla, surge otro espacio, el antropológico. A través del lenguaje verbal se accede a la relación con la otra persona en cuanto persona. El lenguaje crea un centro, un orden, donde sólo había relaciones de instinto.
Una de las primeras escenas de la película muestra dos jóvenes intentando hablar acodados en la barra del bar de una discoteca de adolescentes. Todo es una amalgama de ritmo contundente, oscuridad, droga, incitación sexual. No es fácil el lenguaje humano en ese contexto, verdaderamente es innecesario. Uno de los jóvenes se sorprende del mundo en el que viven: cada uno va "a su bola", busca solitariamente su placer, y si entras en internet -dice- resulta que las páginas más buscadas son las que refieren a la cantante Paris Hilton. La mención de internet no es gratuita: es el gran espacio de relación, donde no hay puntos de referencia sobre la calidad de "las cosas", donde el impacto efímero de una cantante de moda acapara la brújula del ratón de los internautas. Donde no hay centro.
III
Y luego aparece en la película ese experimento comunitario que pone en marcha el profesor, y que se le escapa de las manos. Surge un nuevo lenguaje, verbal y no verbal, que instaura un orden, un centro; y este centro encuentra un eco inesperado en los corazones de los jóvenes, que venían sufriendo -sin saberlo, la mayoría- esa ausencia de referentes morales razonables. Pero el nuevo orden, el nuevo centro, con su vistoso lenguaje, traerá también problemas, porque no reconoce la dignidad de la persona.
Mis colegas de historia, filosofía, religión, antropología, hacen sus aportaciones. Los alumnos piden el turno de palabra, preguntan, opinan con sinceridad, algunos con pasión: a todos nos quedan muy claras las conexiones del experimento comunitario con el totalitarismo, el fascismo, el comunismo... Qué fácil es pisotear la dignidad de la persona, negarle un espacio antropológico en el que desarrollarse, sea mediante el silencio o el ruido, sea mediante un lenguaje que se olvida de ella mientras ensalza al grupo, la etnia, la clase, la idea o un dios que pide sangre ...
IV
El lenguaje, un medio, no un fin.