AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



miércoles, 23 de febrero de 2011

"Yo sé lo que quiero decir, pero no me sale"

Le debo a Nicias Duainz el título y el tema de esta entrada. ¿Quién no ha expresado esta excusa, alguna vez? Y, ay, a medida que vamos ganando años, se va haciendo más presente. Esos discos duros de ordenador que cada vez tardan más en darnos lo que les solicitamos, llevan en sí nuestra impronta. Envejecemos.

Pero no es esa la causa principal. También responde con esta excusa mi alumno, con la envidiable ebullición neuronal de sus dieciséis años. Sabe que lo evaluaré negativamente, y con razón. Hay que distinguir las mellas que nos hace el tiempo, de la pereza. Cualquier hombre o mujer es digno por el simple hecho de que es un ser humano. Pero hay también una dignidad que se acrecienta, o decrece. Corresponde a la actuación personal. Y el lenguaje nos lo recuerda.

Hace años me contaron una anécdota del sultán Aga Khan, que he recuperado en internet. Dice así:

"En cierta ocasión el Aga Khan III charlaba con unos amigos acerca del tenis, más o menos en estos términos:
-Es formidable, sí. En cuanto recibo una pelota, mi espíritu se tensa y el cerebro empieza a dar órdenes al cuerpo. ¡Corre! ¡Salta! ¡A la derecha! ¡A la izquierda!
- Así, naturalmente, ganará usted todos los partidos.
Entonces el Aga Khan III se rió y dijo:
- ¡Ni uno! A todas esas órdenes y contraórdenes del cerebro, mi cuerpo, ¡ay!, ya sólo contesta: ¿Quién, yo?"  

Bueno, pues el lenguaje es ese cuerpo que se rebela frente a las exigencias del espíritu, y este siempre va por delante, planteándose preguntas, mejoras, paradojas, novedades, dilemas y queriendo transmitir sus hallazgos a los demás. El lenguaje, como el cuerpo, necesita gimnasia: buscar las palabras con palabras, idear modos precisos, amoldarse a las circunstancias del lector o del oyente. Y es una gimnasia exigente, pero nos va en ello tanto...

Quizás no ganemos todos los partidos de tenis, pero nuestra dignidad nos obliga a bajar a la arena y ser buenos jugadores -aunque sólo fuera por nuestra fidelidad a los "oponentes" y a nuestro público-. Seguro que lo segundo es mucho más importante que lo primero.